jueves, 2 de enero de 2014

Se fue un año quizá importante, quizá trascendente. Esto no es un balance. Ya no creo en eso, no creo que sirvan, no creo que aporten nada. Creo que hay que dejarse atravesar por lo bueno y filtrar lo demás como parte del crecer y el aprender. Que las cosas grandes te marcan, estés donde estés, más allá de las medidas del tiempo que corre, que nunca alcanzas, que siempre te gana y te pasa por arriba. Que los objetivos y proyectos son para hoy, para mañana, para pasado mañana, para el futuro, más allá del número que te marque el calendario, porque nunca es tarde, porque todas las mañanas son iguales y cada día ofrece una oportunidad. No hay diferencia entre un 31 de diciembre y un 1 de enero. Nada cambió. O algo sí. Pero qué importa si es 13 o 14!
Creo que hace unos meses que vivo en una gran burbuja, colgada en la sonrisa de una bebé que no sabe cuánto la amo. Creo que problemas siempre hay y siempre va a haber. Es muy difícil sacarse un diez. Hoy son estos, mañana otros. Nos acompañarán siempre, y qué importa si no son las cosas perfectas. La belleza no radica en lo perfecto. Hasta aquella Venus de Milo, representativa de Afrodita, diosa del amor y la belleza... no tiene brazos.
Creo que fue un año muy terrenal -no por eso malo-. De pensar, mucho, de pensar mucho mucho. De alejarse de todo lo demás -un poco queriendo, otro poco no-. De no querer contaminar lo puro y temer. De crecer en lo profesional, en lo espiritual y en lo cotidiano. 
Entiendame. Por favor. Entiendanme todos.