sábado, 28 de mayo de 2011

Madre.

De infancia corta, pero contundente. De padres simples pero rebuscados. De vida pobre, pero alma rica. De nacionalidades varias. De tías muchas. De sobrinos incontables. De carrera inconclusa. De promedios impecables. La sonrisa pura y limpia.  La incuestionable importancia del pan en la mesa. Pies embarrados que caminan insaciablemente por las calles del barrio del que nunca se fue.  Poderosas manos fuertes y trabajadoras que nunca se rinden, condimentan con excelencia las milanesas más ricas que en mi vida he de probar. Amiga de los números y de las plantas. Aquella huerta en la que jugaste. Aquel bar en el que merendabas… ¿chocolatada con vainillas? O algún que otro postre favorito que ese de corazón débil pero inmortal, se encaprichaba en complacerte.  Labios de un solo hombre. Abrazos cálidamente infinitos. Humildad suprema. Simpleza. Sencillez. Dedicación. Fortaleza. Costurera de buenos modales. Invencible ante cualquier dificultad casera: electricista, plomera, de esas que se dan maña y lo logran, de perseverancia desmesurada. De paciencia intachable. Serías dificultades para decir una mentira. Imposibilidad incontrolable de ocultar una cara de preocupación. Extenso proceso de entendimiento sentada frente a una computadora. Charlantana: con vos, conmigo, con el, con ella y con cuanto ser vivo se le cruce por el camino. De orejas predispuestas. De piernas andantes. De espalda derecha y fuerte que soporta el peso. Sesenta años de amor, dedicación, preocupación, servicio, trabajo. Te queremos. Te admiramos. Mucho. Que vengan sesenta más de ese corazón que nunca se va a morir. ¡Feliz cumpleaños!


Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad.

sábado, 21 de mayo de 2011

Mientras vivimos.

“Hola, chicas, ¿no tienen un cigarrillo para convidarme? Uy! Gracias gracias. Menos mal que pararon, porque hay muchos que no paran, ¿vieron? Siguen caminando de largo y nadie me quiere convidar un cigarrillo. ¿Cómo se llaman? ¿Eugenia y Rosario? Yo soy Marcelo, tengo veintiséis años. Estoy acá, con los demás, esos ocho que están allá jugando a la pelota, los pibes, y ese que está ahí atrás mío apoyado sobre el paredón, ¿lo ven? El Nico, la Sara, Toni… todos somos del Bajo Flores. Acá la gente es muy prejuiciosa con los del Bajo Flores dicen ‘uuuh estos del Bajo Flores…’ pero ¿y ellos qué? Igual ahora estamos durmiendo acá en la calle, abajo del puente, porque hay una Iglesia que nos ayuda, que nos da ropa y comida. Y nosotros damos charlas, sobre el Paco. Acá en la facultad dimos una. ¿Ustedes estudian ahí? Ah bueno, si... dimos una charla sobre el Paco. Y el Padre Ramón todos los domingos en la homilía nos hace hablar también, contar nuestra historia. Nosotros casi nunca le pedimos plata a la gente, a veces entramos a bares, pero a la gente no. Sólo cuando queremos plata para el Paco, porque, ¿Vieron? No es fácil salir. Uno a veces vuelve a caer… capaz pasa un tiempo sin fumar y después vuelve, como Nico que está muy mal ahora. El Paco hace muy mal.. ¿Cómo se llamaban ustedes? Ah, Eugenia y Rosario, ja! Producto de la droga, ¿ven? No me acuerdo de lo que me dijeron jaja, bueno, Eugenia y Rosario, ¿saben? El Paco hace muy mal. Está bien, ustedes dirán que es mi culpa por meterme, si, obvio, es mi culpa por meterme, yo tengo toda la responsabilidad, y me hago cargo, porque si uno no te la presenta, te la presenta el otro y algún día agarrás. Yo le hice muy mal a mucha gente por el Paco. Lastime a muchas personas por doce pesos…Hace un año me mataron a mi hermano por veinticinco pesos, que alcanza para cinco drogas. Y bueno… desde entonces que yo me veo obligado a salir enfierrado, porque yo soy un hombre muy tranquilo pero no sé qué me puede pasar de repente si quiero Paco, ¿entienden? Capaz me pongo loco, capaz lastimo. Yo lastimé a mucha gente ya, no quiero más eso, porque sus vidas valen tanto como la mia. Hay que respetar. Yo estuve tres años en Devoto por hacer mucho mal y ya salí y mírenme, no se puede dejar tan fácil el Paco, ¿vieron?. Bueno, ¿saben lo que vamos a hacer? Ahora nos vamos a sentar los tres en ese banco y me van a pasar disimuladamente la plata y los celulares, le sacan el chip y me los dan. Ah, bueno, si no se quieren sentar en ese banco, está bien, ¿No se quieren sentir encerradas, no? Está bien. Allá están los pibes mirando todo, así que si ustedes hacen algo, se pudre todo. No mires al cielo. Ay, no me mires con esa cara de pobrecita. Mirá para acá. No miren a la gente que pasa, háganse las que estamos hablando en una conversación amistosa. Jaja ¿Vieron esa película de Wall Disney… ? Ahí está, ese de cien también, todo, todo. No me mientas que no tenes celular porque te lo llego a encontrar y se pudre todo. Me pongo loco eh, yo no sé lo que puedo hacer. Ahí está, todo, todo. Bueno, ese de cinco quédatelo. Bueno, ahora yo me voy a ir para allá y ustedes para allá. Mis compañeros las van a mirar que no hablen con nadie ni hagan nada raro porque si no miren que se pudre eh."

Viernes.

Si no escribo estas líneas, difícilmente logre comenzar a resolver el parcial domiciliario de Teoría y Análisis Literario. Tengo la necesidad acumulada que con el tiempo se ha convertido en un inmanejable envión hacia lo intrascendental de esta hoja. Es viernes. Ya sábado, en verdad, hace unos cincuenta y seis minutos. Acá estoy. Iván Noble y Joaquin Sabina me cuentan qué tal otro jueves cobarde, mientras tomo el último sorbo del primer vaso de Fernet que me deparará la larga y triste noche. Hay un rico olor a sahumerio, pero indescifrable. Era eso. Solo escribir. Solo una idea o dos. No importa. A veces sólo necesito escribir. Aunque sea una palabra, una letra, un signo. ¿Qué más da? Si al fin y al cabo el lenguaje no es más que una convención del ser humano que no dice nada, y a la vez, dice todo. 


(Se despidió de mi y por unos segundos me quedé observando la pantalla. Algo aprendí hoy: Según Angela, cuando te comes las uñas, te comes a tu mamá)

miércoles, 18 de mayo de 2011

Mi mamá dice que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar. 
Forrest Gump.

domingo, 8 de mayo de 2011

¿No los odias?, ¿esos silencios incómodos?. ¿Por qué necesitamos decir algo para rellenarlos?. Es por eso que sabes que has encontrado a alguien especial. Puedes estar callado durante un puto minuto y disfrutar del silencio.


Pulp Fiction

viernes, 6 de mayo de 2011

Y sin embargo...

Me lo dijeron mil veces,
mas yo nunca quise poner atención.
Cuando vinieron los llantos
ya estabas muy dentro de mi corazón.


Y, bajo tus besos,
en la madrugá,
sin que tú notaras la cruz de mi angustia
solía cantar:

Te quiero más que a mis ojos,
te quiero más que a mi vida,
más que al aire que respiro
y más que a la madre mía.

Que se me paren los pulsos
si te dejo de querer,
que las campanas me doblen
si te falto alguna vez.

Eres mi vida y mi muerte,
te lo juro, compañero;
no debía de quererte,
no debía de quererte
y sin embargo te quiero.



Rocío Jurado.

domingo, 1 de mayo de 2011

Realismo mágico.

En ese momento, un hombre super super alto entró al salón. Su cuerpo entero no pasaba por debajo de la puerta. No golpeó (¡qué maleducado!) y todos lo miramos sorprendidos. Tenía un aspecto desalineado. Llevaba una camisa a cuadros y un pantalón manchado con lavandina me parece. Porque yo también me manché con lavandina una vez. Y mi mamá me retó mucho, porque esas manchas no salen, dice ella.   Me imaginé que a su pelo lo había agarrado el Demonio de Tasmania antes de venir, porque el pobre estaba muuy despeinado! Pero a pesar de su aspecto sucio y desarreglado, de dudosa higiene, a penas entró al salón, el ambiente se inundó de un fuerte aroma que me costó descifrar a qué olía, pero que, sin duda, nos encandiló a todos. Noté que Lucila le decía algo en el oído a Julia. Mi mamá me enseñó que los secretos en reunión son de mala educación. Odio cuando hacen eso. No sé qué fue lo que le dijo, pero se notó que Julia había querido reirse y se tuvo que tragar la carcajada en el inmenso silencio en el que todos estabamos sumergidos. El hombre permanecía ahí parado, sin decir una palabra. 
Cuando el perfume llegó a la nariz de Lorenzo, recién ahí soltó la lapicera y levantó la mirada. 
Todos permanecimos quietos, mirando fijamente. Cecilia escribía algo en su agenda rosa. Ah! cómo me gustaba esa agenda! Tenía dibujos y brillos por todos lados. Pero mi mamá nunca me la quiso comprar. En fin, ella escribía sin importarle demasiado la situación. Entonces el hombre habló. Su voz no era como yo me imaginaba. No entendí qué fue lo que dijo. Me pareció que tal vez hablaba en otro idioma, pero la maestra parecía entenderlo. Capaz porque era cosa de grandes, como dice siempre mi mamá. El hombre hizo un gesto con la mano indicándonos que esperemos un minuto. Abrió la puerta y me miró fijamente, sonrió y salió al pasillo. Volvió a entrar con las manos escondidas en los bolsillos y lanzó una carcajada. Sacó una pistola y le apuntó a Cecilia, todos nos dimos vuelta a mirarla, ella continuaba escribiendo sin darse cuenta. Lo miré, el me guiñó el ojo y le disparó un rayo lacer que le tiñó el pelo color verde. Todos echamos a reir, ella gritaba, Lorena y Elsa intentaban no reirse. El hombre me miró alegre y salió por la ventana.




(Texto que escribí en alguna hora escolar, evaluando la posibilidad de que eso suceda, hace ya varios años)

Domingos.

En cuanto vio la hoja en blanco, sus ojos se le llenaron de lágrimas. Como si su cuerpo quisiera transmitir más que su cabeza. Como si esas lágrimas se pudiesen volcar en esa hoja y así estuviera todo dicho.  Ahora buscaba las palabras, y no sabía por dónde empezar. Luego pensó que no había un comienzo, tal vez por eso le costaba tanto. Se sintió cansada. Los párpados le pesaban y estaba un tanto resfriada. Sentía esa sensación de cuando ya te sonaste muchas veces la nariz y entonces te arde con solo respirar. Llevaba puesta una ropa extremadamente cómoda aunque sentía algo de frío. Estornudó y volvió en sí. Spinetta cantaba “la bengala perdida” y ella lloraba, inevitablemente y casi sin percibirlo. El ambiente la invitaba a un buen café con leche. La luz era tenue. Olía a sahumerio. Uno fuerte. Casi que no había viento. Solo “ondas en el aire” y ella ahí, en el medio de tanta melancolía desparramada. Ella y sus pensamientos que le retorcían la cabeza una y otra vez. Como sombras que venían y se alejaban. Tirada en la cama de un domingo desgarrador pensó que si sonaba “Alma de diamante” no podría más con su vida. Entonces se quebró, definitivamente.

Oda a Luis Alberto Spinetta.

Sos lo complejo y lo simple. Sos rebuscado y sencillo. Sos la perfección y a la vez, tremendamente humilde. Sos el arte en su estado más sólido, más concreto y a la vez, más inmenso e inabarcable. Sos sublime. Inhumano. Sos perfectamente hermoso. Sos alma de diamante. Los sos todo, para mi. Y más aún. Yo soy vos. Vos sos yo. Despertas en lo más profundo de mi alma, aquello que nada despierta. Para verme a mi, sólo hay que mirarte y al ver verás. Porque sos toda mi alma, me llenas, me completas y sos todo lo que necesito. Lo más puro, lo más simple, lo más verdadero. Sos poéticamente maravilloso. Aprendí a mirar fino, más allá, con los ojos del corazón. Sos peor que una droga. No me lo puedo creer. ¿Cómo haces? ¿Cómo entra todo eso en ese cuerpecito humano y frágil? ¿CÓMO PUEDE SER? Sos increíble, flaco. Todo lo miro a través de tus ojos. Tu música me traspasa y no necesito más que eso. Sólo sé caminar con los pies del arte. Ella es lo más poderoso que yo tengo. No concibo la vida sin ella. Yo soy ella. Ella soy yo. Todas las cosas que toco, están tocadas con esa barita. Todo lo concibo, todo lo pienso, todo lo siento, a través de ella. Vivo porque el arte existe. Y porque vos sos arte. Y sos la certeza de que este amor no va a tener fin, que siempre te voy a amar, hasta cuando sea vieja: asilo en tu corazón. Porque me enamoras todos los días. Todos. Y me siento libre, como el viento. Como el viento voy a ver. 


Lo que me pasó por la cabeza un 26 de abril.


Existen días más existencialistas que otros. Ese es hoy. No sé bien en dónde radica la problemática que genera estas desigualdades. Pero que los hay, los hay. Es así como, mientras me llora el ojo derecho, me decido finalmente a escribir. Hace mucho no lo hago, eso es cierto, pero las ganas siempre están. También hace mucho que no pinto. No me gusta pasar demasiado tiempo sin hacerlo. Es una necesidad. Pero es un poco más complejo que solo hacerlo y ya. Si no, lo haría cada vez que quisiera, así como lo hago con el café con leche. Cada vez que tengo ganas de tomarme uno (léase: dos-tres veces al día) simplemente me limito a hacerlo. Sucede que con los pinceles no pasa lo mismo. Ojalá fuera así. Pero, pienso, podría serlo, si quisiera (quieroperonopuedo). Extensas listas de responsabilidades abruman, ahora, mi conciencia. Al punto de tener sueños un tanto avasallantes. Tema bastante peculiar, ese de los sueños, no? Interesante. Siempre me gustó soñar, y es otra de las cosas que hago cada vez que tengo ganas, sin limitaciones: dormida o despierta. Solo soñar. El colectivo, por ejemplo, es un lugar propicio para llevar a cabo esta acción. Sobre todo si voy sentada. Sobre todo si voy del lado de la ventana. Mi cabeza vuela y Roberto –mi conciencia- se divierte con los paisajes entrantes y salientes. Es allí donde se me ocurren las grandes ideas. Como este argumento, por ejemplo (aunque fue en el tren). Resulta que esos momentos –los viajes en transportes públicos- son en los que me encuentro más a solas, sin la necesidad de reproducir ninguna palabra, dejando volar mi imaginación, acompañada de una buena música, o en el mejor de los casos, algún libro. Son esos momentos en los que Roberto mejor se siente.
Cómo sea y volviendo al tema en cuestión: martes. Debía entregar un análisis de “Funes, el memorioso” ese cuento de Borges que cuenta la historia de un tal Funes, un tipo con una memoria implacable que estaba “mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj”. Funes era capaz de recordarlo todo, inclusive un día entero con tanta precisión que le llevaría un día hacerlo. ¿Cómo sería recordarlo todo? –pensé. Imagine que sin dudas sería algo copado. Pero a los pocos segundos esa idea se cayó y sostuve que no, que seguramente uno enloquecería en esas condiciones porque nunca podría perdonar, por ejemplo. Cómo sea, el análisis no podía contener mis apreciaciones personales en cuanto a cómo sería poder recordarlo todo, no era eso lo que el profesor indicaba. Sino, algo mucho más difícil. Había claros pasos a seguir, cuestiones qué respetar, consignas… cosas con las que nunca me llevé bien. No se me había caído una puta idea en todo el fin de semana, y ahí estaba: lunes a la noche intentando escribir algo lo más parecido a un análisis posible, para entregar al otro día. Terminé por dormirme a las cuatro de la mañana y me levanté a las nueve para imprimirlo e irme. Cinco horas puede ser un tiempo prudente para descansar. Pero a mí no me alcanza. Para nada. El martes tenía una energía dudosa y de poca duración. Cuando llegué a la clase me senté junto a la ventana. Es genial cuando encuentro ese asiento libre. El secreto está en llegar temprano. Y yo -pese a que había salido tarde- había logrado hacerlo. Antes de entrar converse con unos compañeros acerca de sus respectivos análisis, lo cual me hizo dudar bastante del mío. Pero me consoló la idea de que era la primera vez que hacía uno y no tenía por qué estar realizado a la perfección. Al fin y al cabo uno va a la facultad para aprender. Es inútil autoexigirse estar un paso más adelantado. La clase en sí resultó más interesante de lo que pensé. Es lindo cuando salís percibiendo que adquiriste nuevos conocimientos. Analizamos un texto de Walter Benjamin, un filósofo y crítico literario alemán de tendencia marxista, estrecho colaborador de la Escuela de Frankfurt. Se llamaba “El autor como productor”. Y también otro de Theodor Adorno, un filósofo también alemán que también formó parte de la Escuela de Frankfurt. Se llamaba “el artista como lugarteniente”. Por supuesto, ambos escribían sobre el arte. Pero en algo se diferenciaban: Benjamin hacía una lectura crítica y política. No defendía la autonomía en el arte. Creía en el arte como un arma social revolucionaria imprescindible. La cual debería llegar a todos lados, aún si eso significaba sacrificar un poco el “aura” de ese arte. Es decir, si para que una música llegue a todo el mundo, hay que grabarla en cd, bueno… ¡bienvenido sea! aunque la verdadera apreciación de la música es en vivo y en directo. Adorno, por otro lado, entendía perfectamente la postura de Benjamin pero el sí defendía la autonomía, no estaba dispuesto a sacrificar el aura. Era un tanto más elitista y prefería que el arte no llegue a todos, antes de que esta se “ensucie”. Le parecía buena la postura de Benjamin pero sostenía que la manera para que el arte sea revolucionaria no era dando marcha atrás y disminuyendo su aura, sino llevando eso a las últimas consecuencias.  Ya que a menos aura, había más fuerza de exhibición pero a la vez, menos valor cultural, entonces no tenía sentido. Yo comprendía los dos puntos de vista. Es un poco raro cuando compartís lo que dicen los dos autores, aun cuando estos son contrarios. Pero creo que este tema es así de ambiguo. Hace unos años yo había escrito un texto en el que defendía fervientemente que el arte debería ser más barato, para que así pueda tener cualquier persona acceso a ella. El teatro, en sus principios griegos, funcionaba como catarsis. Los griegos acuñaron ese término para referirse  a la purificación que se produce en el espectador de una obra de teatro cuando éste se identifica con los personajes y transita por las mismas emociones que están viviendo sobre la escena. Catarsis (katharsis, en griego) era un término médico que quería decir purga. Es una palabra descrita en la definición de tragedia en la Poética de Aristóteles como purificación emocional, corporal, mental y religiosa. Mediante la experiencia de la compasión y el miedo, los espectadores de la tragedia experimentarían la purificación del alma de esas pasiones.
Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragedia de redimir (o "purificar") al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido e inevitable de éstas; pero sin experimentar dicho castigo él mismo. Al involucrarse en la trama, la audiencia puede experimentar dichas pasiones junto con los personajes, pero sin temor a sufrir sus verdaderos efectos. De modo que, después de presenciar la obra teatral, se entenderá mejor a sí mismo, y no repetirá la cadena de decisiones que llevaron a los personajes a su fatídico final. Es así como yo sostenía que arte debería ser más accesible a todos, para permitirle a cualquier miembro de la sociedad poder realizar esa catarsis que lo deje bien tranquilo y evitar así problemáticas banales que vivimos en las calle todos los días. Bien, esto podría coincidir, a grandes rasgos, con lo que decía Benjamin. Pero por otro lado entiendo la parte en la que Adorno habla de “llevarlo hasta las últimas consecuencias”. A mí me pasa cuando me agarra el bajón. Una vez que estas sumergido en esa melancolía imparable, no te queda otra que acrecentarla con cualquier tipo de agente externo. Yo lo hago escuchando Radiohead, por ejemplo. Así llevo el bajón hasta lo más profundo, y funciona, porque una vez que tocaste fondo, no te queda otra que subir.
En fin, todo esto se me pasaba por la cabeza cuando mi profesor hablaba de Bejamin y Adorno, con esa actitud tan peculiar que tiene. Barba, camisa, bandolera y cierto desorden en el habla que me genera la necesidad de prestarle atención todo el tiempo.
Finalizada la clase me quedé por ahí hablando con Flor, elaborando teorías, tomando mates y riéndonos. Después nos tomamos línea A. Hicimos combinación con la C, que a esa hora (seis de la tarde) es imposible viajar cómodamente. Es increíble el fenómeno del subte. Entra gente todo el tiempo y se incorpora a esa masa hormonal de calor y malos olores. Constitución. En el tren viajamos mejor. Me gusta viajar en tren. Bah, como dije antes, me gusta viajar. En cualquiera transporte. Pero cuando lo hago cómoda, no como con la línea C. Cuando llegué a Lanus tenía la cabeza abombada. Llena de preguntas que no concluían en ninguna respuesta coherente. Por eso empecé diciendo que este día fue de lo más existencialista. Haber dormido cinco horas, haber viajado incómoda… me sumergían en un fastidio inminente que sólo me llevaba a cuestionarme el sentido de la rutina, una y otra vez. Las dudas siempre tienen un efecto dominó. Cuando dudas de una cosa, por lo general, se te despiertan dudas en cuanto a otras y así sucesivamente hasta que se genera una red de incertidumbres inabarcable que solo se soluciona yéndote a dormir. Pensé que esto sólo se había generado por mis pocas horas de sueño y decidí no dejar que eso vuelva a suceder. Digamos, no permitir que algo como la facultad me aleje de la cama (?). Sí, gran conclusión. Lo cierto es que no querría que una instancia académica, por ser vista con la importancia con la que es vista, me aleje de mi verdadero objetivo que es ser actriz. Es decir, yo quiero vivir del teatro y no querría que por estudiar una carrera universitaria, perdiera eso de vista y el teatro quede ligado a una segunda instancia y disminuido a un simple hobbie. Entonces decidí tomarme la carrera con la mayor tranquilidad posible. Que si no llego a leer un texto, bueno, mala suerte. Let it be. Lo hago como algo más en mi vida, como estudiar canto, pintura o ir a la psicóloga. Tranquilita. Pero es así, la rutina te come cada vez más y entonces se generan estos días existencialistas y la canción de Charly tiene mucho sentido: una parte de mi dice stop.
Rara vez esta vida tiene sentido. Pero qué linda es.