martes, 28 de febrero de 2012

Amores perros.

Capítulo dos: “El lenguaje”.
“Se vio que la comunicación no requiere
indispensablemente del habla,
siempre me da vueltas esa idea…
 ¡cómo te limita el lenguaje!”
Julián Goñi.

Ya hemos hablado acerca del lenguaje como una construcción. (Que bien podría ser otra, pero es esta). Sobre cómo las palabras no son más que solo signos que significan un significado. (Que bien podría ser otro, pero es este).
Las palabras no dicen nada. Más se dice con los hechos. ¿Qué significan las palabras si no hay acciones que las llenen de contenido? Es decir, hablar es fácil. No cuesta nada. Las personas hablan por hablar, pero no dicen nada. El lenguaje que comunica realmente es el de las acciones. Los hechos.
Ahora bien, lo que sucede realmente es que las personas nos atamos a las palabras o a las no-palabras (silencios) por no querer decodificar las acciones, por no querer saber leer los hechos. Una forma de negar la realidad. Es por eso que hay que ser realmente muy cuidadosos con el lenguaje. Con  lo que se dice y con lo que no se dice. Estar bien seguros de lo que  decimos ya que no todas las personas desvalorizan las palabras. Todo lo contrario. Solemos tomar cada palabra al pie de la letra, sin hacer el proceso de decodificación. Es así como las personas se mienten a sí mismas. Si escucharon un “te amo”, van a quedarse con eso, sin evaluar si aquella afirmación está sustentada con acciones. O tal vez el proceso contrario, tal vez nunca escucharon el “te amo” que tanto anhelan, pero la otra persona lo demuestra de manera continua. No sé. Realmente es muy complejo. De verdad hay que ser cuidadosos para no generar falsas ilusiones o vender algo que no somos/sentimos. Hablar es fácil. Todos hablan. Todo el tiempo escuchamos a todo el mundo hablando. ¿Qué onda? De verdad. Da asco. Están vacíos. Hablan sin decir nada. Y peor aún, le temen al silencio. Piensan en el silencio como un monstruo asesino. Piensan que hay que llenar espacios y no se les ocurre mejor manera que llenarlo (es decir, vaciarlo) con palabras. ¡Y no con silencios! El silencio llena más. Dice más. Y es hermoso. Las personas suelen ponerse incómodas con el silencio.
Otra situación muy común es exigir a las personas que te digan las cosas. Como cuando una persona no está interesada en vos y le exigis que “te lo diga en la cara”. Es estúpido. ¿Para qué? Aquella persona te lo estará diciendo con acciones. Y vos te diste cuenta, ¡vamos! Por algo exigis que te lo diga… ¿para qué, por dios, para qué? ¡Si nada cambia!. Y acá comienza mi relato. Me pasó algo similar hace un tiempo:
Salía con un chico. Bah… “salía”, qué sé yo, nos veíamos de vez en cuando y nos dábamos un par de besos. Nada comprometido. Lo que sí solíamos hacer era hablar mucho. Ni siquiera. Escribir mucho. Porque las conversaciones las manteníamos por msn. Eso me desesperaba. Ya de por si el lenguaje hablado es bastante limitado como para que encima le sumemos el condimento de la distancia y lo resumamos todo a largas horas sentados frente a algo tan frío y tan banal como lo es una computadora, robándole a la comunicación lo más rico que tiene que son los gestos, las miradas, las sonrisas, las entonaciones.
De verdad nos pasábamos horas hablando. Era realmente desesperante. Digo, pudiendo aprovechar esas horas viéndonos… Pero no. Sólo nos escribíamos. Y bueno, digamos que yo elegía conformarme con eso porque pese a todo, esas conversaciones me divertían y de renunciar a ellas, estaría renunciando al poquito de relación que me ataba a aquel hombre. Y aquel hombre me importaba en aquel entonces.
Venía de tener una relación con un ser humano bastante extraño con el que salí cerca de tres meses. Era raro. Poseía todo lo que hubiera esperado encontrar el un hombre. Era lindo, barba, rulos, rastas, le gustaba la política (tal vez, demasiado) era inteligente, emprendedor, leído, me gustaba cómo se vestía… pero no sé, aún así no lograba enamorarme de él. Creo que él si estaba realmente interesado en mi. Pero por alguna razón… yo… no podía. No sé. No había “piel” o “química”. Me hablaba mucho. Todo el tiempo. Sobre el mundo y la revolución. Eso me interesaba. Pero en exceso se volvía aburrido. No me divertía. No sonreía con él. Lo dejé.
Estaba desmotivada en cuanto a las relaciones cuando apareció este otro hombre. Me gustó desde un principio. Bastante simple. Nada fuera de lo normal. Pero reunía todas esas características que me interesaba encontrar en alguien.  
Salimos un tiempo. Unos meses. En donde nos veíamos  tras largos plazos de ausencias. Yo me entusiasme. Soy consciente que con nada. Pero… ¿qué tenía de malo entusiasmarse después de todo?  Al fin y al cabo de eso se trata. Creer y… querer querer. Es decir, ¿por qué no entusiasmarse? ¿Por qué huirle al amor? Digo, no sé, hay que ser arriesgados, probar, pasarla bien… el problema está cuando la otra persona no entiende por “amor” lo mismo que uno. Digo, yo no quería nada de escenas de celos, regalos de San Valentín o comidas en familia. ¡Nada más lejos que eso! Vamos, ¡hombre!, existe un amor establecido como nos lo cuentan por televisión: obsesivo, matemático, egoísta e individualista. Donde las personas piensan solo en sí mismas... Pero si le escapas a una relación porque pensas que si o si tiene que ser así, es absurdo. No todas las personas son así. Y esto tiene que ver directamente con el lenguaje: En la sociedad hay códigos y pautas, qué decir, cómo, de qué manera... para que el otro no piense tal cosa, para que el otro no crea tal cosa, para que te vean así y asa… y las personas deberíamos supuestamente respetar esos parámetros, como dije antes, deberíamos ser cuidadosos con el lenguaje porque hay quienes pueden estar extremadamente sujetos al significado de las palabras y malinterpretarnos o simplemente hay quienes no compartan con uno el mismo significado frente a determinada palabra. Es decir que si yo le proponía a aquel hombre que nos amaramos, naturalmente iba a huir despavorido contaminado por los prejuicios de la sociedad que te vende una imagen de relación que no es. ¡Ese es el problema del maldito lenguaje y mi manía de decir lo que pienso! Y es que no todas las personas entendemos los conceptos de la misma manera, por lo cual, al decirlos, podemos obtener variadas respuestas.
Bien, no es más que eso lo que pasó con aquel hombre: desentendidos. Aunque en aquel entonces no tenía las cosas tan claras como ahora. Y él tampoco. Pero luego pensé que no siempre la supuesta falta de claridad es falta de claridad, es decir, justamente, esa indefinición a lo mejor habla de lo que hay, sólo indefinición.
Pasamos unos largos meses así. Hablando por msn y viéndonos de tanto en tanto. Mi entusiasmo crecía a la par con mis preguntas. La cosa explotó el día que luego de no vernos por quince días me dijo –por msn- que me quería. Quedé helada. Acto seguido le propuse vernos y él… simplemente… se hizo el boludo, digamos, salió de esa situación de una manera muy elegante hablando de otro tema. Es entonces cuando yo estallé y le exigí que me dijera qué le pasaba, qué quería, qué buscaba. Digo, en aquel momento me parecía matemático: si me quiere, tiene que querer verme… Pero claramente no era así. Y el atarnos a las palabras es ese gran error que nos condena al fracaso. ¿Por qué me até a lo que dijo y no a lo que cayó?.
Lo días que le siguieron a ese fueron de una larga reflexión y el comienzo del final. A partir de allí decidí dejar que las cosas fluyan y fue así como todo se fue cayendo en picada. El y yo percibíamos la inminencia del amor, pero el desfasaje estaba en la definición, uno entendía una cosa y otro, otra.  Creo yo que la definición de relación que tenía él,  tenía una connotación negativa, que es como entiende al amor la mayoría de la sociedad: el quebramiento del espíritu, la dominación de uno por sobre el otro, el conflicto de intereses sustentado en pretensiones egoístas, mezquinas, individualistas, y es por eso que alguien se asusta cuando le dicen “te amo”, porque entiende que es ESE amor que le impusieron, ese amor que no es bueno, que es represivo. Bien, naturalmente no era eso lo que yo quería para nosotros al proponerle amarnos. Pero no lo culpo por malinterpretarme. Drexler canta que uno sólo conserva lo que no amarra (y esto ya lo dije en una entrada anterior) y yo creo que tiene razón.
Ahora bien, más tarde entendí que el problema no era que las cosas carezcan de claridad sino más bien que era yo quien no quería ver las cosas claras. Estaba todo tan claro que no lo quise entender. Las cosas siempre son claras. ¡Uf! Qué estúpida había sido al exigirle claridad, coherencia, que me dijera con palabras qué quería, qué buscaba, ¿para qué? Las prácticas también son parte del discurso. Son discurso. ¡Ahí estaba! ¡Frente a mis ojos! Esa claridad que yo exigía estaba presente todo el tiempo, él la manifestaba todo el tiempo al no proponer que nos veamos, al no hablarme, etc. Lo que sucedía es que al ver esa claridad, no me gustaba, no me agradaba, y me refugiaba en exigirle que me dijera las cosas, que me las diera por escrito –muy astuto de mi parte, ya que él nunca iba a tener el coraje de decirme nada, entonces, frente al silencio, yo podría seguir sustentando la esperanza o sacar mis propias falsas conclusiones, inventar respuestas-.
Así de simples resultaron ser las cosas. Julián tiene razón, el lenguaje es tan limitado. Hay que saber leer lo que hace el otro.

martes, 21 de febrero de 2012

Y es que toda tu canción persistirá siempre, siempre, y hasta en el turbio río.*


Nunca tan escazas las palabras,
nunca tan golpeado el corazón,
nunca tan frágil el alma,
nunca tan opaco el Sol.
¿Es que acaso ya no brilla?
Pues entonces yo no encuentro la razón de seguir viviendo sin tu amor. 

Es un amor tan gigante que tu canción se escuchará por la inmensidad. *

Mi corazón te añorará. Te amo para siempre.

domingo, 12 de febrero de 2012

¡Colores!

¿Nunca pensaron de qué color son los días?
Con Gonza pensamos que, de tener que asignarle un color a los días, sin duda a los martes les corresponde el rojo. (Claramente los martes son rojos).
Los viernes son verdes y los jueves, amarillos. (Aunque Gonza le pone el amarillo al miércoles y al jueves el verde, dejando al viernes indefinido).
Los lunes son azules, o celeste algo oscuro.
A los miércoles yo les pondría el naranja y a los sábados y domingos tintes amarronados… (Gonza sugirió “mostaza”, podría ser…)
Qué raro es eso de pensar los días con colores. No sé bien por qué ocurre. También se puede hacer con los números, por ejemplo, el tres es amarillo, el uno, blanco y así…
Es extraño. Son esas cosas que hacemos todos los seres humanos pero que nunca se comentan, como no pisar las líneas de las baldosas cuando caminamos. ¿Cómo es que a todos se nos ocurre por separado, hacer eso? ¿Cómo es que Gonza y yo pensamos que los martes son rojos? ¿Por qué será? ¿Por la M? ¿O por la A? Con las letras también se puede jugar a asignarles colores, inclusive con las personas: Lena es Violeta, Julián es verde, Fede es azul.
Es lindo ver la vida en colores, ¿no?