viernes, 4 de noviembre de 2011

Amores perros.

      Capítulo uno: “La piel”-

Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir”

Desde el primer momento supe lo ficticio de la situación. Me lo decía tu mirada. ¿Sabes? La mirada no puede mentir, aunque así lo desees para hacer de tu juego, un juego perfecto.
Poco me importó que sea mentira. Elegí correr los riesgos ¡y bien que hice!. No me importó llegar a las profundidades de tu intelecto. Sabía que eso era imposible, precisamente porque no había profundidades. Tu intelecto era perceptible a la vista de todos, tan corto, tan escaso. Eras todo lo que se veía. Eras una obviedad.  Extrañamente eso no me importó. Era otra cosa la que me obligaba a permanecer. Era un camino más corto. Todo empezaba y terminaba en tu piel. Qué importaba el lenguaje banal, la ignorancia política, el desinterés, la insensibilidad… no necesitábamos nada de eso. No necesitabas hablar, ni saber de literatura, ni ser de izquierda, ni indignarte frente al hambre del mundo. No lo necesitábamos. No importaba. Y fue extraño. Nunca me había pasado cosa semejante. Siempre había buscado intereses en común entre un hombre y yo. Me indignaba que me atrajera alguien tan superfluo. ¿Por qué? ¿Qué era? ¿Qué tenías?
Éramos animales. Era el roce de tu piel. Sentía ese nudo en la panza. Había pensado que eso no era más que un invento de la televisión. Pero no era amor. No. No era amor. Aunque lo confundí. Aunque –aun sabiendo de tus mentiras- me lo creí. Ese nudo en la panza. Ese olor. La barba. La perfección de los dientes. La barba. Tus dedos dibujando mi boca. Los detalles. Tu voz. Tu mano sacando las pelusas de mi remera. Tu pelo mojado. La camisa a cuadros. Los tatuajes. Los detalles. La cicatriz. El roce de tu piel. La barba. Los ojos. La sonrisa. Tu olor. Los rulos. Tu olor. La barba. La sonrisa. Los besos. Cómo me agarras de la cara. Por Dios, no hagas eso. Te lo suplico. No me agarres de la cara. Los besos. Tu olor. La barba. Los besos. Son perfectos. Son como me gustan. ¿Cómo haces? Son perfectos. Simples. Suaves.  Despacio. Los dientes. Blancos. Parejos. Perfectos. Tu olor la barba me agarras me tocas me encanta te alejas y te extraño necesito que me toques por dios te necesito acercate no puedo verte a un metro y no desearte la piel la piel la tuya la mía juntas necesito que estés conmigo lo necesito esas cosas que decis sin filtro sos un animal somos animales TU OLOR TU OLOR DECIME ESAS COSAS QUE ME DECIS ME ENCANTA SIENTO EL FUEGO SUBIR NO TE ALEJES SIENTO COMO EL FUEGO SUBE LA BARBA LA COMIDA LA CERVEZA EL VINO EL POSTRE EL CIGARRILLO LAS FLORES LA CAMISA  A CUADROS LA BARBA EL POOL LA CASA DEL ARBOL FUEGO LA SONRISA FUEGO LOS RULOS FUEGO LA MIRADA FUEGO QUÉ LINDO SOS POR FAVOR FUEGO ODIO QUE SEAS TAN LINDO FUEGO ODIO LA GENTE LINDA FUEGO ODIO QUE ME GUSTES TANTO FUEGO ODIO NO PODER DEJARTE FUEGO ODIO NECESITARTE FUEGO NO RESPIRO FUEGO TENE CUIDADO FUEGO NO JUEGUES FUEGO SOY SIMPLE FUEGO LOS OJOS LA BARBA EL OLOR LOS DIENTES LOS RULOS LA BARBA LA BARBA FUEGO LA PIEL ME QUEMA LA PIEL ME QUEMA LA PIEL ME QUEMA LA PIEL LA PIEL.



martes, 18 de octubre de 2011

Esto soy.

No quisiera dejar esto nunca. Y estoy muy segura de ello. Escribir, me llena. Es algo así como un círculo vicioso, porque para que algo se llene primero debe vaciarse y es eso precisamente lo que me fascina tal vez. Cuando escribe, uno se vacía. O por lo menos a mi me pasa. Te vacias. Dejas todo expuesto en aquel papel. Te desnudas. Para que luego eso se llene de contenido y de forma. Y así es con todo. Como todo funciona. La vida, digo, llenarse y vaciarse.
Creo que sé algunas cosas de mi. Creo que me siento sola, porque sola estoy. Todos lo estamos. Como humanidad, digo. ¡Qué solos estamos! Me refiero a la peor de las soledades, a esa que se siente estando sentado en medio de una fiesta con cien invitados bailando desaforadamente. Y todos estamos solos porque todos somos uno, nadie nos iguala, nadie es igual a uno. Solos con nuestras ideas y nuestras costumbres, con nuestros defectos y nuestras virtudes. Caminando. Solos. Creo que eso no va a cambiar y sé que eso me desespera. Sé que me asusta lo infrenable del tiempo y cómo todo se repite constantemente sin poderlo detener. Me asusta que los años me encuentren acá sentada escribiendo este párrafo. Sé lo absurdo y sinsentido de todo esto.
Sé también, sobre mi, que el café con leche es uno de mis grandes tesoros. Y sé que es así, porque eso creo: que la grandeza está en la simpleza. Sé que todos los días me enamoro de Luis Alberto Spinetta y estoy sorprendida de poder encontrarme en alguien tan lejano. Pero creo que eso es lo mágico del arte. Creo en el arte como un todo. Creo que el arte es mi vida. Lo sé.
Sé que debería estar escribiendo un parcial domiciliario sobre la Loa al Divino Narciso de Sor Juana. Pero sé que el deber pocas veces coincide con el querer y por eso estoy escribiendo, en cambio, este texto. Sé que –aun así- me fascina la gran historia de Sor Juana, pero me fascina cuando quiero que me fascine y cuando me lo permito. Sé que la noche me encontrará con ese parcial a medio escribir y probablemente no duerma hoy, con el fin de terminarlo. Sé que tendré mucho sueño, pero no me arrepentiré de haber usado mi tiempo para narrar esto. Creo que debemos hacer más lo que queremos que lo que debemos. Creo que la vida misma debería ser así. Dado que nada de esto tiene sentido, por lo que sería absurdo tener que padecer cosas que no queremos ni necesitamos.
Sé que me apasiona el saber, me seduce, tanto más que lo efímero del cuerpo. Sé que por eso amo los libros, sé que he encontrado en ellos un refugio y lo más lindo es cuando te podes sumergir, sin ninguna prisa. Sé que siempre quiero huir y que muchos no lo entenderían. Tal vez nadie. Creo que soy desordenada y contradictoria. Sé que mi cabeza es un caos y que he esperado mucho tiempo para escribir este texto ordenadamente. Siento que en algún momento mi cabeza va a explotar y va a haber una lluvia de rulos por todos lados. Sé que en verdad no sé nada y nada es claro, ni simple, aunque yo lo quiera y lo pregone. Sé que nunca será así y eso es lastimosamente desesperante.
Creo que la guerra más terrible que sufro es todos los días, contra mí misma. Creo que no deberíamos aferrarnos a nada. Ni a lo material ni a las personas. Que todo está en uno. Pero aún así lo hago. Sé que el amor no existe, pero amo. Sé que digo que amo y muchos se asustan porque no entienden mis formas. Creo que es porque muchos hablan del amor libre y no entienden un carajo de qué es eso. Creo que me gustaría que el mundo se vuelva más animal. Que es absurda la depilación en tanto sufrimiento innecesario para lograr un sentido de la estética estipulado por el afuera. Que es absurdo reprimirnos sexualmente en tanto necesidad del cuerpo. Que no se necesitan miles de cubiertos para alimentarse. Creo que el mundo debería ser más animal, sí, y evitar conjeturas, prejuicios y etiquetas. Que eso es lo que divide al mundo. Sé que nos reímos poco y lloramos menos. Sé que vivimos sin hacernos preguntas. Eso también me asusta.
Sé que mis delirios filosóficos asustan a mi familia. Creo que la familia es lo único que dura. Creo en sus sonrisas, en sus pasiones, en sus vaivenes, en sus ideas y en todos sus aromas. Creo que eso debe ser lo más parecido a la felicidad. Sus sonrisas. El teatro, lo pinceles, los sahumerios, la música. Cada gota de sudor que emana la carne recordándote que estás vivo y que eso no tiene ningún sentido pero que es así, aquí y ahora.





Nota al pie: se agradece al individuo que me ha inspirado para escribir este texto, en el que -pensando que nos distanciaban grandes cosas- he encontrado fuertes similitudes que de tanto en tanto me hacen olvidar de aquella soledad . El sabrá que me refiero a él.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Universos.

            A Gonzalo D.S.

Las cuatro paredes de nuestra casa serán cuatro bibliotecas, inmensas, del techo al piso, repletas de libros de distintos colores, géneros y lenguas, gordos, flacos, grandes y pequeños. En el techo habrá un enorme ventanal de vidrio blanco por el que podremos ver cómo cae la lluvia aquellos días que se empeñen en ser grises.
En el medio de la habitación, en el suelo, habrá un colchón, en donde nos tiraremos a mirar las estrellas o a alucinar con las diversas formas de las nubes, blancas, de algodón.
El ambiente será cálido. Ni frío ni caluroso. Lo necesario. Y lo inundará el aroma de los libros humedecidos por el tiempo. Tomaremos uno de ellos  todos los días y nos sumergiremos en el Universo que él nos quiera regalar. No necesitaremos nada más. Nos aislaremos del mundo. No reconoceremos otras voces más que las nuestras.
Poco a poco esos Universos se convertirán en uno solo, el nuestro. Y las historias serán nuestras también y las viviremos hasta perder la cordura y nos cantaremos canciones y nos sentaremos a esperar el día en el que, finalmente, nos encuentre la muerte, sonriendo.

domingo, 18 de septiembre de 2011

4-2

Puedo asegurar con toda certeza que nuestro sorpresivo encuentro no ha provocado en mi melancolía de ningún tipo. Aunque, desde ese entonces, no he hecho otra cosa más que soñarte. Permitime (si se quiere) dudar de aquel encuentro, demasiado oportuno para ser real. Permitime dudar de haber estado caminando por aquella avenida tan banal, ocultándome entre el gentío, fingiendo ignorar aquellas voces de mi cabeza que suponen haberte olvidado. No nos queda más que creer que aquellos segundos en los que nuestras miradas se sostuvieron, no fueron más que una travesura del destino, infrenable destino, imposible de vencer. Creo, por sobretodas las cosas, en las segundas oportunidades. Y aún tengo algunos signos de pregunta vagando por mi cabeza, esperándote. 

jueves, 25 de agosto de 2011

Sobre el amor.

                                    
     “Uno sólo conserva lo que no amarra”


Alguna vez sintió la incertidumbre de no saber si se encontraba en el lugar correcto. Es que, físicamente, sólo tenemos la posibilidad de estar en un sitio a la vez. Y, ¿cómo sabemos si ese sitio es el mejor en el que podríamos estar? Quiero decir, en el que literalmente podríamos estar. Una sola vez. Solo una. Ocurrió:
Experimentaba la hermosa sensación de estar en el momento justo, en el lugar adecuado. Seguramente era ese día en el que, dicen, los planetas se alinean y todo sale bien redondo. Vaya uno a saber. Por su parte, no lo supo sino hasta después de lo ocurrido.
Algún día de mediados de Enero le regalaba un atardecer para el recuerdo. Lejos de su cuidad natal, y relajada, caminaba por alguna plaza de Córdoba sin precisiones ni pretensiones, ni claros objetivos de búsqueda. Sólo por caminar.
Minutos antes había dudado en partir o no. Siempre duda. Pero por alguna razón que aún no hemos podido descifrar o por, naturalmente, el destino: le ganó a la apatía y salió sin más. Tal vez si le hubiera llevado un minuto más, o tal vez un minuto menos… no hubiera experimentado luego la certeza de encontrarse en el momento justo, en el lugar adecuado.  Pero esto no pudo pensarlo sino hasta después de lo ocurrido.
Córdoba le sentaba bien. Las callecitas eran de tierra, amplias y silenciosas. Llegó a aquella plaza motivada por la idea de ver una feria artesanal que allí se encontraba. Le habían hablado bien de ella. Se tomó unos minutos para observarla desde lejos y cruzó la calle. No era la mejor feria que había visitado en su vida. Apenas rozaba por debajo sus expectativas. Lámparas de tela, collares de caña, cuadros, ropa artesanal, aros, calzado tejido, atrapasueños, colgantes para decorar, títeres, instrumentos de madera, y… una voz. El corazón se le paralizó dos o tres segundos y luego comenzó a latir más fuerte y acelerado. Por un momento se observó desde afuera y percibió lo extraño de aquella situación. Aquella vez lo había encontrado en Tilcara, entre montañas y colores, entre melodías y porros, entre frutas y sonrisas. Volverse a ver, luego de un año resultaba casi impensable. ¿Es que acaso el mundo puede ser tan chiquito?
Pensó que no podría ser casualidad. Volvió en sí. Sus ojos estaban clavados en sus ojos (azules) ¡y esos dientes tan perfectos! No supo qué decir y se sintió absurda. Temió que eso se notara. Empezó a sentir un fuego adentro suyo y la adrenalina que se desataría en cualquier momento, siendo imposible de controlar. ¿El amor? Cómo saberlo. Pero ahí estaban: parados, enfrentados, mirándose a los ojos. Y se reconocieron, como si se hubieran visto el día anterior. Como si el tiempo no hubiera transcurrido. Como si el mundo ya no girara. Y fue eso lo que sintió: que todo se detenía alrededor, que todo se enfocaba en ellos dos y el resto desaparecía, se desvanecía entre la niebla. No creyó que sentir eso fuera posible, que era un invento del cine, de la ficción, pero sin embargo, allí estaba. Firme. Sonriendo. Por alguna razón debían volverse a ver, aquella tarde, en aquella plaza. Nunca imaginó cómo la frase “yo a vos te conozco” podría sonar tan hermosa. Entre tantas personas que hay en el mundo, entre tantos lugares, ellos dos, se encontraron. De nuevo. Un viento frío le recorrió la espalda. Respiró hondo y volvió. Hablaron, poco y nada. El vendía empanadas y sonreía. Sonreía. ¡Esos dientes tan perfectos! Luego se fue y ella se quedó ahí, detenida en el tiempo. No comprendía lo que acababa de suceder. Pero se sintió viva. Más que nunca. Pensó un instante en la pequeñez del mundo. Pero… ¿Por qué culpar al mundo? Con las vueltas del destino es suficiente, no hace falta achicar al mundo. Es mundo es el mundo. No es ni chico ni grande.
Caminó. Caminó. Y no pudo parar de pensar. Aquella vez se había culpado por no volver a verlo, por no tener la viveza de pedirle un contacto, un número, un lugar dónde encontrarlo, por no dejarse llevar por el hábito de acordar encuentros futuros. Tonta ella que pensó que eso sería necesario para volverlo a ver. Cuando uno acuerda encuentros futuros, le baja los calzones al destino y este, avergonzado, de vez en cuando se las cobra. Ella creyó, en un primer momento, que por no pasarse contactos lo perdería… Sin embargo, más tarde, tal vez se haya dado cuenta que lo hubiera perdido si le daba el teléfono. Y así lo ganó. Para siempre.
¡Qué hermosa que es la vida!- pensó.
Ella, pues, no era como todas aquellas otras mujeres. Se exponía constantemente a que le rompan el corazón o hagan con él lo que quisieran. La simpleza y la transparencia de su alma la dejaban al descubierto en cada mirada, en cada palabra, en cada gesto. Ella se dejaba llevar, enamorada de la vida, y se golpeaba fuerte. Su espíritu libre andaba solo, decidía por sí mismo, no estaba preso de ningún cuerpo humano. Era tan frágil que ante la maldad de cualquier alma despiadada, podía romperse en mil pedazos. Sensible. Espontánea. No pensaba mucho las cosas y se dejaba llevar. No le gustaba pensar mal de los demás… ¿quiénes somos nosotros para hacerlo?. Poco y nada le importaba caer, no media las consecuencias. ¿Por qué hacerlo? ¿Por miedo a sufrir? ¿Por qué tendría que tener miedo de sufrir? El sufrimiento es parte de la vida, y si no te arriesgas, nunca vas a saberlo. Del sufrimiento también se aprende.
Qué cosa las relaciones humanas. Somos seres extraños los humanos, de los peores que hay sobre la Tierra. La problemática central reside en lo difícil que se nos hace relacionarnos. Aunque todavía no entendemos bien por qué. Aunque, si partimos de la base, ni siquiera entendemos el por qué de esta vida, ¿para qué? ¿cómo se vive? Hagamos lo que hagamos, todos llegaremos al mismo final. Ahora bien, como no entendemos qué es la vida, ni cómo se vive. Propongo que, ya que estamos en el baile... bailemos, es decir, que la vivamos de la mejor manera posible. Con esto me refiero al disfrute. Aunque con respecto a ello hay muchas variantes y problemáticas. Los seres humanos, solemos tener grandes miedos. Aunque, tampoco entendemos por qué. ¿Miedo? "Si no me preocupé por nacer, tampoco me voy a preocupar por morir" ¿O no? ¿Miedo al sufrimiento? El sufrimiento es parte de esta vida, de él se aprende y es sano, ¿por qué no? Estar triste de vez en cuando te recuerda que estás vivo y que sentís. Te ayuda a crecer.
No hay que tener miedo. El miedo paraliza. Es lo peor. Si estás paralizado, no podes vivir, no podes actuar. Y si no actuas, estás muerto. ¿Miedo al sufrimiento? Esas serán, en tal caso, especulaciones. Uno nunca sabe cómo, dónde o por qué puede sufrir.
Propongo, entonces, volviendo al disfrute y volviendo a la acción... que la única salida para sobrellevar esta vida que no entendemos… es que nos amemos. Arriesgarse. ¿Qué perdemos? Nada. Como mucho podemos perder la vida, y si la perdemos, ¡¿qué?! si total ni siquiera sabemos qué es. Pues es ahí, en el amor, en la espiritualidad... (puntos que conviven en el arte) donde está lo que verdaderamente importa. Terminamos -queramos o no- necesitándonos los unos a los otros. Todo lo que necesitamos es amor.
Importa el hoy. El momento. Vivirlo. Sentirlo, dejarse llevar.
Mientras tanto ella regala besos y anda por ahí, soñando. Viviendo. Libre. En contra del amor establecido. En contra de aquellas leyes establecidas, conceptos erroneos en tanto relaciones de a dos. El amor como se concibe actualmente es represivo y es egoísta. Es dominación, conflicto de intereses y, como todo conflicto de intereses, se sustenta en pretensiones egoístas. Para ella, el otro es como una obra de arte, uno no tiene pretensiones egoístas ante una obra de arte, no la quiere para sí, no necesita poseerla, sólo contemplarla. Eso es el amor. Eso es el arte. 

viernes, 12 de agosto de 2011

Guevara.



O es que al final nunca muere el que no teme morir

La espera.


Helena sintió el ladrido de los perros desde la cocina. Tiró el repasador sobre la mesa y se asomó a la ventana. Desde allí miró atentamente cómo el cartero depositaba el correo en el buzón. Esperó a que se fuera y salió al zaguán. Se aseguró, desde allí, que este se haya alejado y corrió al buzón. Tomó las cartas y entró corriendo a la casa. Cerró la puerta agitada y ansiosa. Las observó, las manoseó y las fue desechando una por una: cuenta de teléfono, la visa, publicidad sobre las elecciones, Direct tv… y aquella. La miró por unos minutos, dudosa de abrirla. Respiró hondo, tomó fuerzas y rompió el sobre sin pensarlo demasiado. “Es ahora”- pensó. Sacó la nota. El tiempo se detuvo por unos segundos. Se sentó en el suelo sin correr los ojos de las palabras y se ahogó en el inminente llanto. Respiraba con dificultad, le costaba, le dolía. Sentía la dureza del puntazo en el medio del estómago. Y del alma. La voz no le salía. Tal vez por el cierre de su garganta, tal vez porque no existían las palabras. Duro, fuerte, desgarrador. Imparable. Sentía tener tres años. Sentía llorar como aquellas veces, aquellos caprichos. Pero no. Sentía el resentimiento de algo que se acaba de romper, el polvo de la pared que se viene abajo. La impotencia de estar quieta. La bronca, la furia. La muerte de la fe. El adiós de la esperanza. La sensación de caerse lentamente en un pozo infinito y oscuro, sin poder hacer nada para evitarlo, sin visualizar la salida, esperando caer débilmente en lo más profundo de aquel agujero y poder salir a la luminosa superficie. Permaneció largas horas tendida en el suelo del living de su casa. Sola. Afuera comenzó a llover. Entonces ya no hubo más que hacer.

jueves, 4 de agosto de 2011

Historias.

En la tarde fría del Jueves cuatro de Agosto de 2011, Magdalena, una abogada de 36 años es asaltada por dos adolescentes de 16 y 19 años, Damián y Nicolás, quienes le arrebatan su cartera y salen corriendo, en la esquina de Lavalle y Junín.
Guadalupe lleva corridos 3 km en la cinta de un gimnasio de Palermo mientras mira el programa de Viviana Canosa en la televisión del mismo.
Un verdulero pesa su último kilo de tomates del día y suspira.
En su departamento, una mujer llega al orgasmo luego de una hora de sexo desenfrenado con su ex novio mientras deja sonar por tercera vez el teléfono.
Una niña juega en el arenero del jardín, y  –sin percibirlo- se contagia 100 gramos de piojos.
Silvia busca desesperadamente las llaves en su cartera parada en la puerta de su departamento, mientras siente unas ya incontrolables ganas de hacer pis.
Darío pega un grito fuerte y desgarrador tras haber caído al suelo por la patada más fuerte que le darán en el tobillo en toda su vida.
Ezequiel acaba de cometer un faul innegable jugando a la pelota con sus amigos, en la canchita de Dos de Mayo y Carlos Tejedor.
Gerardo, portero de un edificio, se molesta al ver la falta de educación de una vecina que sube corriendo las escaleras, sin notar que él está ahí presente, empujándolo, sin pedirle permiso ni perdón y ni siquiera saludarlo.
Luna, una nena de cinco años, de risos colorados, observa con envidia cómo su compañera juega con la palita en el arenero del jardín.
Andrea corta el teléfono indignada tras haber intentado comunicarse con su hermana desde España tres veces.
Una señora llega a su casa y se da cuenta que ha perdido medio kilo de tomates en el camino, por una abertura que posee su bolsa.
Miguel se excita desde la vereda mirando a través de la ventana, cómo le rebotan las tetas recién operadas a una mujer que lleva largo rato corriendo en la cinta de un gimnasio transpirada.
En la tarde fría del Jueves cuatro de Agosto de 2011, Damián y Nicolás, consiguen sentarse a comer un sándwich de jamón y queso.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Encuentros.

Me convendría que nos juntemos mañana Miércoles 3 de Agosto en la Plaza Dorrego al horario que usted disponga. Sé que tal vez sea tarde para avisarle, pero confío en que tal vez lo vea. Espero su respuesta.
Un beso.
Eugenia.

-----------------------------------------------------------------------------------------


Buen día, como está usted.
Recién leo su correo. Lamento haberme comprometido con algo para hoy, ya que suponía yo que la posibilidad de vernos el miércoles quedaba descartada. Ya no puedo echarme atrás. Me alegro igual que me haya escrito. Ver su nombre entre tantos nombres de correos superfluos, da un poco de respiro. 
Quiero destacar algo de la charla de "reencuentro virtual" que tuvimos recientemente. Cerca del principio, usted pregunta: "¿Acaso lo estoy tuteando?" Jaja... que genial. ¡¿Y me lo pregunta a mi?! ¡¿A mi me lo pregunta?! Seguro que habrá muchas cosas interesantes para resaltar de nuestras charlas, y tal vez esa le parezca una estupidez. (Confieso que no lo creo; sólo lo digo porque el estúpido soy yo).
Le mando un abrazo, con esperanzas de que el encuentro se concrete el viernes. Sino, será otra vez.
Le dejo algo que seguro conoce; pero qué demonios importa que ya lo conozca. Si uno no termina nunca de conocerse ni siquiera a uno mismo; entiendo que lo mismo sucederá con las frases.
Hasta entonces,
Juan.
"Pequeña Muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña Muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace."




*Aclaración: La entrada anterior "Ácido lisérgico" es un texto que escribí hoy en donde hice mención a que uno no termina de conocerse ni a si mismo. Me llamó poderosamente la atención que usted me diga lo mismo hoy. ¡Lo mismo! ¡hoy! Aunque no sé por qué me llamó poderosamente la atención. Bien sabemos que nosotros somos así. Qué genial*

Acido Lisérgico.

Aquella noche, acostados sobre el suelo frío de una terraza que acababa de conocer, tu mente volaba por los cielos más inalcanzables. Yo sólo me limitaba a mirarte y sonreír. Contemplábamos un cielo oscuro y nublado que no nos regalaba demasiadas estrellas (o por lo menos, así lo veía yo). Temblaba. Vos no. Pero aún así no quería irme de allí. Siempre me gustó mirar el cielo acostada sobre alguna superficie. Los seres humanos no le dedicamos demasiado tiempo a esas cosas. Lamentablemente. Caminamos todos los días, todos juntos, bajo el mismo cielo, sin percibir siquiera la inmensidad de este y sin percibirnos iguales ante él.
De chiquita iba al campo con mi familia. Íbamos seguido. A veces a la Mariapolis, y otras a Chavez. Nos juntábamos toda la familia. Bien sabes que tengo muchos primos. Por aquellos tiempos nuestra imaginación no poseía ningún tipo de límites y podíamos delirarla gratis, sin tener que consumir ninguna sustancia. Creo que eso es genial. Es lo malo de crecer. Perder esa imaginación ilimitada. En ese entonces no teníamos filtros, jugábamos a cuanta cosa nos pasara por la cabeza. Horas y horas jugando al beisbol, al futbol americano, persiguiendo animales, creyéndonos vampiros, corriéndonos por el pasto y, llegada la noche, nos tirábamos a mirar las estrellas, encontrando miles de formas. Tal vez por eso me gusta tanto acostarme a mirar el cielo.
En fin,  comenzaste a hablarme de la inmensidad de las constelaciones, la redondez del planeta, las incontables estrellas, cómo todo se movía, cómo todo se complementaba y te cerraba con tal exactitud. Dijiste algo así como “uy, si estuvieras en mi cabeza…”. Yo sonreí. Hablabas a una velocidad más rápida de la normal. Pensé que, efectivamente: ¡ojalá yo estuviera en tu cabeza!. Me miraste y por alguna razón te sentiste vulnerable. Supongo que es normal en situaciones así. Entonces dijiste: “¿soy insoportable, no? No crees nada de lo que te estoy diciendo que veo” y yo te dije: “si lo ves, es porque existe, y yo te creo”. Me agradeciste, entonces, mientras explicabas que otros, en mi lugar, te hubieran mandado al carajo. Fue ahí cuando me pediste que escribiera acerca del ácido y yo te prometí hacerlo. A veces me olvido que no debo prometer. Uno nunca está seguro de poder cumplir, sobretodo con cosas como estas. El arte no es por encargue. Pero no me gustaría faltar a mi palabra. No me gustaría faltarte. Así que acá estoy. Aunque no tengo bien en claro qué decir. Nunca tengo bien en claro qué decir. Convengamos que es difícil hablar sobre algo que desconozco. No me gusta hacerlo. Pero, por otro lado, uno nunca termina de conocer las cosas. No terminamos ni de conocernos a nosotros mismos. Por lo cual, no podría hablar de nada en ese caso. No podría hablar del ácido. Ni siquiera podría hablar de vos.
Cómo sea, dicen que el ácido tiene efectos psicodélicos entre los que se incluyen alucinaciones con ojos abiertos y cerrados, sinestesia, percepción distorsionada del tiempo y disolución del ego”. Bien podes dar fe de ello. Un amigo mío decía que, cuando el consumía ácido, sentía que las personalidades de las personas que estaban a su alrededor, aumentaban. Algo así como que un amigo hippie que tenía, de repente, lo veía tocando la guitarra y era el rey de los hippies o cosas así. Dicen, también, que las consecuencias del ácido sobre el sistema nervioso central son extremadamente variables y dependen de la cantidad que se consuma, el entorno en que se use la droga, la pureza de ésta, la personalidad, el estado de ánimo y las expectativas del usuario. Algunos consumidores de LSD experimentan una sensación de euforia, mientras que otros viven la experiencia en clave terrorífica. Cuando la experiencia tienen un tono general desagradable, suele hablarse de ‘mal viaje’.” Algunos me han hablado de ese “mal viaje”, recomendándome consumir ácido sólo con personas de mi extrema confianza, ya que uno nunca sabe cómo le puede pegar. Personas han intentado suicidarse, o inclusive flashado que los querían matar gente que estaba adentro del televisor. Wow.
Cuando llegué me abriste la puerta diciendo mi nombre a gritos. Yo estaba algo borracha y eso me chocó un poco. Tus pupilas estaban sumamente dilatadas. Habías tomado el ácido cerca de las once de la noche y eran las tres de la mañana. Estabas en el mejor momento. Entonces me agarraste del brazo y me llevaste corriendo a la terraza con la promesa de mostrarme algo que pude ver sólo a través de tus ojos. Cuando bajamos me contaste que habías agarrado una caja y que, al abrirla, habían salido de ella muchísimas cucarachas negras y grandes. Aún no tengo bien en claro si eso pasó de verdad o fue otro de tus delirios. En ese momento me hizo picar mucho la nariz. Es raro. Te vas a reír. Pero cuando alguien habla de insectos, me pica desesperadamente la nariz. No puedo controlarlo. No sé bien por qué sucede.
Gonza había comprado muchas frutas. Se veían bien. Tomé una banana y me dispuse a comerla. Me pediste que no lo hiciera porque eso era “un gesto demasiado sexual para tu estado de ánimo”. Yo me reí. Pensé que podría haber estado bueno tener sexo en la terraza. Aunque hacía mucho frío. En fin, no le di mucha importancia y, obviamente, seguí comiendo la banana. No sé qué habrás visto en ese momento. Te viste tentado por las frutas y me pediste que te corte una manzana. Eso hice. Pero nuevamente te sentiste susceptible y dijiste que yo te había mirado mal, que si iba a hacer eso de mala gana, no lo hiciera, que no te tenía paciencia y cosas así. Entonces intentaste cortarla vos y te cortaste la mano. Fue gracioso, por no decir divertido, sentir que, de alguna manera, dependías de mí.
Luego todo se sucedió muy bizarro. El humo gris de mi cigarrillo en la penumbra de la noche, te enloquecía, la música de Pink Floyd, el Señor de los anillos en dibujitos, el sonido de la campana llamando a la tripulación y hasta Las habladurías del mundo. Spinetta te parecía más rockero que de costumbre y, según decías, los besos sabían raro: algo así como que podías percibir con extrema complejidad todos los movimientos de la musculatura que provocaban determinadas sensaciones.
Nos pusimos a jugar al Uno. Yo no sabía cómo se hacía y fue difícil acostumbrarme. Mientras tanto tomábamos licor y comíamos brownies de marihuana con total bravura. Luego, poco a poco todo se fue desvaneciendo… como ya lo vaticinó Marx: todo lo sólido se desvanece en el aire. 

jueves, 21 de julio de 2011

Historias de colectivo: uno.


                                                       A Santiago G.

Siempre pensé en redactar mis historias de colectivo. Mi amigo Santiago dice que si yo hiciera un libro con ellas, él sería el primero en comprarlo. Es que me ocurren historias de todo tipo, anécdotas… algunas son de lo más graciosas, otras las recordamos en alguna reunión manteniéndolas así vivas. No sé por qué nunca comencé a escribir ese libro. Será que nunca consideré a las anécdotas tan dignas de ser contadas. Aunque según Santi, sí. Pues, digamos que, nunca las consideré dignas de ser redactadas en un espacio como este, pero sí de ser contadas, así, al pasar… Es que siempre pensé que era yo quien les daba un valor que, tal vez, no lo tienen. Sucede que soy muy observadora. Y en los colectivos de verdad suceden cosas muy geniales. Uno sólo debe ir atento… esperando la anécdota. Hasta la menor nimiedad me ha parecido de lo más genial, pero como siempre viajo sola… me divierto con eso en mi cabeza, sin poder compartirlo y con el tiempo van perdiendo peso… como si los demás no pudieran ver la genialidad de algo tan simple como una situación en la normalidad de un viaje en  colectivo.
En fin, lo que me lleva hoy a estar sentada frente a esta computadora escribiendo este texto, es que me ha sucedido una historia que merece ser contada. Que me dio ganas de escribir, y, probablemente, sea el empujón para redactar todas las demás. Uno nunca sabe. Procedo, entonces, a compartirles mi vivencia:
El 37 venía casi vacío cuando él subió. Yo estaba sentada en los asientos del fondo, del lado del pasillo. Cuando me subí había elegido ese lugar porque, la señora que estaba sentada, iba en el lugar que está al lado del pasillo, dejando el de la ventana libre (odio cuando hacen eso) y yo me había acercado pidiéndole permiso, con el fin de que se corra y me deje sentar junto a la ventanilla. Pero la mujer se cambió de asiento, dejándome libre el lugar junto al pasillo. Eso me molestó primeramente, pero sería necesario para lo que vendría después. Entonces, pues, yo iba sentada atrás con los auriculares puestos. Cantando a mediavoz. Siempre lo hago. Y me doy cuenta de ello, pero… ¿por qué no hacerlo? Los rostros de las personas que viajan en el 37 a veces son tan tristes, que intento aliviar así el dolor.
El cruel frío de la ciudad se me metía en los pulmones cuando en Av. Santa fé (o por ahí) se subió. Con él subieron otros dos señores. Uno se parecía mucho a Ricardo Fort y me llamó la atención. Me causó mucha gracia, porque enseguida pensé en Santi, a quien había despedido unos minutos antes. El fue el tercero en subir. Lo vi desde un principio. Poniendo las monedas, caminando hacia su lugar… era precioso. Me duele no poder recordar ahora su rostro con nitidez. ¡Es tan difícil retener las cosas con la luz violeta del 37! Además, nunca me permití mirarlo bien de cerca. Sé que tenía barba y usaba una de esas camperas rayadas, de ¿lana? de colores, medio hippie. Abajo tenía una camisa cuadrille, jean y zapatillas vans. Tenía, además, un aro en su oreja izquierda. Eso si lo recuerdo. Se sentó al lado mío pero en la otra fila, nos separaba el pasillo. El no se sentó cómodamente, tenía esa actitud de “en cualquier momento me bajo”. Lo miré sin disimulo apenas se acomodó y él me devolvió la mirada. Entonces torcí la cara y fingí mirar por la ventana, sin dejar de cantar “Más guapa que cualquiera”. Sabía que él me estaba mirando. Se siente en el aire. La energía. La atracción. Yo lo percibía y creo que él también. De tanto en tanto lo miraba de reojo y él hacía lo mismo. El colectivo comenzó a llenarse. Temí que una persona se parara en el pasillo entre nosotros dos, impidiendo que nos viéramos. Yo no podía dejar de pensar. Siempre me pasa eso. Comencé a imaginar la continuación de esta historia y en seguida pensé en cómo comenzaría este texto que, en cuanto llegara a casa, comenzaría a escribir. Imaginé entonces que él se sentaba adelante mío y comenzaba a hablarme. De nada en particular. Sólo a hablarme. Luego volví en mí. A veces temo estar pensando las cosas demasiado fuerte y que los demás me escuchen. Volví a concentrarme en el viaje, y para aliviar la tensión, decidí sacar el libro de Cortázar que tenía en mi bolso. Él observó toda la secuencia. Lo sé. Sé que seguramente le gustó que yo leyera Cortázar. Comencé por una oración, no podía concentrarme. Releía, una y otra vez, el mismo renglón. Pensé que pese a no poder leer, por lo menos, fingiría hacerlo. Algo así como una supuesta jugada de seducción (¡¿qué?!). Pero enseguida descarté la teoría. Eso era absurdo. Mantener mi vista en el libro que no leía no me permitía mirarlo a él, a menos que de tanto en tanto levantase la vista para pispear, pero eso sería muy alevoso. ¿Importaba, acaso? Él sabía que yo me sentía atraída por él, y yo tenía casi la certeza que a él le pasaba lo mismo. Se sonrojaba y sonreía. Por momentos tuve la sensación de que me quería decir algo. Como cuando uno tiene la iniciativa y esa energía se nota en todo el cuerpo, sin poder controlarla. Fue entonces cuando alzó la vista a la ventana y se dio cuenta de que debía bajar. Lo noté. Entonces me miró y se acercó a mí, haciéndome un gesto casi irreproducible pero que me dio la pauta de que me quería decir algo. Me saqué los auriculares y le dije:- ¿Qué?. El, mirándome a los ojos, me dijo:- Cantas muy lindo. Y se fue entre la gente. Yo, boquiabierta, solo atiné a decirle:- ¡¡Gracias!!. Me quedé mirándole la espalda, cómo se desvanecía entre el colectivo lleno de gente. Creo que estábamos en Congreso. No podía evitar sonreír. Una mujer que estaba parada al lado mío me dijo:- ¿te re descolocó lo que te dijo, no?. Y yo la miré por unos segundos, sin cerrar la boca, sin poder salirme de la expresión que me inundaba la cara. Entonces le dije:- Sí, es que… son… segundos… viste?... qué cosa, no?. Ella asintió con la cabeza y sonrió. Yo no pude volver a leer Cortázar.

domingo, 17 de julio de 2011

Preguntas.

La simpleza de los días.


A Juan Pablo.

Ese miércoles me desperté bien temprano. Tenía que ir a la Facultad, a buscar la nota de Gramática. Era la última clase. (¡Por suerte! Pues no me gusta la Gramática). Abrí los ojos y lo ví. Ahí estaba. Sentado en la silla que está al lado de mi cama. Sonriendo.
 Hacía ya un tiempo que venía en usted pensando. Esporádicamente. (Aunque últimamente lo hacía con más frecuencia) Vaya a saber uno por qué... Lo ví y sonreí. Y luego sonreí por ser usted el primer pensamiento que se me vino a la cabeza. Suelo pensarlo a usted hasta en los momentos más inoportunos. Casi sin percibirlo. Casi sin poder controlarlo, cuando me atacan los recuerdos.
Pensé entonces que ese miércoles me decidiría a escribirle, ya que hacía un tiempo no recibía noticias suyas. Pensé que me gustaría saber cómo terminó aquello de Economía (si es que terminó). Pensé que me gustaría saber cómo lo trata este invierno. Pensé en usted y pensé en Roberto y Roberto pensó en Roberto y Roberto pensó en usted.
Cómo sea. Me levanté dispuesta a compartir mi día con usted. Algo así como jugar al amigo invisible. Desayunamos café con leche y tostadas. Luego caminamos hasta la parada del colectivo y tomamos el 179, hasta Pompeya. Íbamos muy tranquilos. El día estaba despejado y el Sol nos pegaba en la cara. Eso nos adormecía un poco. Yo iba leyendo cuentos de Bukowski, los leía lo suficientemente fuerte para que su Roberto los pudiera escuchar. Por momentos me aburría, entonces imaginaba distintos sombreros, extravagantes, coloridos, en la cabeza de los pasajeros. Eso me lo enseñó mi profesora de Teatro, ella lo hace cuando se aburre ¿y sabe qué? estuve implementándolo y es muy divertido, la verdad.
Cuando llegamos a Pompeya conseguimos lugar en el 85 y nos sentamos. Venía algo vacío. Usted de vez en cuando se paraba y hacía algún gesto con la cara que me hacía reír.  Los pasajeros habrán pensado que yo me reía sola. Nos bajamos en Rivadavia y Puán. Y caminamos. Tiene razón, esas cuadras están llenas de árboles. De todo tipo. De todos los colores. Para el agrado de la dama o el caballero. Tiene para elegir. Son altos, majestuosos, intimidantes. Usted me ignoraba, o fingía hacerlo. Caminaba por la vereda de enfrente. Y yo por la otra, cantaba Beatles a gritos. De tanto en tanto lo miraba de reojo y usted sonreía avergonzado. Eran cerca de las once de la mañana. Seguramente habremos despertado a más de uno cantando “all you need is love”. Luego crucé a su vereda y usted caminó al lado mío.  Usted es de las pocas personas que me conocen, ¿sabe? Pues, siempre voy cantando cuando camino. Alivio así el peso.
Cuando llegamos (tarde) la clase ya había empezado. La profesora se acercó a darme mi parcial. Estaba muy mal resuelto, pero aún así me alcanzó: aprobé Gramática “aunque uno nunca sabe si entendió”. Me fui de la clase y caminé hacía Rivadavia, perdida en pensamientos: en cómo el amor es una sensación hermosamente pasajera y cosas así. ¿Sabe? Pocas son las certezas que tengo hoy. Creo que las puedo contar con los dedos de una mano. Como que me gusta el café con leche, eso lo sé seguro. Las dudas tienen como un efecto dominó. Como si camináramos todo el tiempo por arenas movedizas. ¿No siente eso a veces? Cuando se despierta una duda muy fuerte, hace efecto dominó: despierta otras dudas. Sobre otras cosas. Que no siempre tienen que ver con lo que está en juego. Pero cuando algo se cae, y ya no lo soportas más, empezas a cuestionar todo lo demás…Cuando la incertidumbre en cuanto a una cosa es intolerable, no soportas ninguna otra incertidumbre, por más pequeña que sea. Digamos, es normal tener incertidumbres. Pero cuando llegas a un punto en que la certeza desapareció por completo, cuando dudas de algo inmenso, entonces todas esas incertidumbres que tenías te empiezan a pesar. Es como que al principio son solo gotas dentro de un vaso, cada duda es chiquita, pero se van juntando y juntando y juntando hasta que el vaso se llena y todas esas pequeñas dudas se transforman en algo ya insoportable.

Pero no nos desviemos del tema, le estaba contando: me fui de la clase entonces, y caminé divagando en ideas y pensamientos. En ese momento lo perdí de vista. Lo perdí o me distraje… y usted aprovechó para ir a tomar un helado. Hay una heladería en la esquina…pero nunca supe bien si le gustaba o no el helado. Cuando sentí su ausencia, volví sobre mis pasos y ahí estaba. Me alegré de volverlo a ver. Caminamos callados y nos subimos a la línea A. La línea A nos sienta bien ¿sabe? Hay asientos de madera, luz tenue y ese viento frío que entra por la ventana abierta, que siempre te recuerda que estás vivo. Nos gusta el viento. Ya sabemos por qué. Nos cantaba Jorge Drexler cuando salimos a la superficie. Estación Congreso. Nos tomamos, entonces, el 37. Tenía que ir hasta Ciudad Universitaria a buscar el analítico del cbc para llevar a Puán. El papelerío nunca me gustó. Nunca lo entendí. Usted seguía acompañándome, ¡vaya que me tuvo paciencia!. Me gusta mucho el 37 que va hasta Ciudad Universitaria. Se mete por los Bosques de Palermo y es un paisaje muy agradable dentro de lo cruel que puede ser esta ciudad. Ahí también hay frondosos árboles. Y con el Sol asomando entre ellos, uno tiene para Robertear largo y tendido. Es linda Buenos Aires cuando quiere. El Sol me daba justo en la cara. Me quedé dormida con el Vientito de Tucumán. No me había sentido muy bien últimamente, el descenso de River terminó por liquidarme. Lo recordé cuando ví la cancha desde Cuidad Universitaria. Cuando desperté usted todavía seguía ahí. Iba concentrado en el viaje, mirando por la ventana. No le asombró mi despertar. Yo no dije nada. No hizo falta. Nos bajamos y fuimos a hacer el trámite. No resultó como lo esperaba… Genise se había olvidado de firmar un acta o algo similar a eso y yo figuraba “ausente” en las clases de Filosofía. Por lo cual, tuve que presentar un reclamo o algo por el estilo. Espero que eso se resuelva pronto. Volvimos en el 37. Esta vez agarró por Costanera. También me gusta el recorrido, bordeando el río. Apoyé mi cabeza sobre la ventana y me dormí mirando los balcones de los edificios de Buenos Aires. Esos que tienen rejas de hierro color negras, con formas diferentes, antiguas… me gustan mucho. Desperté en Lanus y usted ya no estaba. No tengo idea de cuándo se habrá bajado. Allí tuve que tomar otro colectivo a mi casa. En este no pude dormir porque tuve que viajar parada. Aunque eso no siempre es un impedimento. El 405 me deja a dos cuadras de casa. Las caminé pensando en que en cuanto llegaría, le escribiría a usted contándole sobre el día que habíamos vivido juntos, ya que hacía un tiempo no recibía noticias suyas. Pensé que me gustaría saber cómo terminó aquello de Economía (si es que terminó). Pensé que me gustaría saber cómo lo trata este invierno. Pensé en usted y pensé en Roberto y Roberto pensó en Roberto y Roberto pensó en usted.
Cuando llegué a casa mi hermana tomaba mates. Desparramé las cosas sobre la mesa. Me saqué el saco. Me senté. Tomé uno. Prendí la computadora. Tomé otro. Abrí el correo. Tomé otro. Mire. Bajé con la flechita. Y me detuve frente a la pantalla un segundo. Usted me había escrito. ¿Acaso me ganó de mano o algo así? No podía creer entonces, la ¿casualidad? de los hechos… había estado pensando todo el día en usted, y al llegar, encontrarme con esto. Le digo que fue una grata sorpresa. Genial manera de terminar nuestro día. Me gustó mucho lo que me escribió. Me halagó. Mucho. Se lo agradezco. Me alegra saber que no soy la única que no entiende dónde se usa el punto y coma. Espero verlo pronto. Donde sea;

                                                                                                                                         Eugenia.

sábado, 2 de julio de 2011

Situación.


A Dana Crosa.


-Bueno… eh… yo te cité acá porque tengo algo que decirte. ¿Sabes? Yo te quiero… te quiero mucho…En verdad…tal vez debería habértelo dicho hace ya algún tiempo, no lo sé. Lo pensé… en su momento, lo pensé, pero luego… se fue. Como todo, bah. Eh… bueno…. Verás… yo salí de una relación, de una relación muy importante para mi y aún… verás… aún… me cuesta… ¿cómo decir? Me cuesta cerrarlo. Esto pasó ya hace varios meses pero yo… yo siento todavía cosas por aquella mujer. Y creo que estoy obligado a decírtelo, antes de que esto pase a mayores.
-Wow… Bueno…Mirá, Facu, lo que te pasa es… muy genial. ¿Cuántas veces tenemos la posibilidad de sentir cosas tan fuertes por una persona? Pocas en la vida. Creo que deberías aprovecharlo. Digo, esos vestigios… No te culpo. Somos seres libres. Y en cuestiones de sentimientos, no se puede ser racional. Uno sólo siente y… tiene que dejarse llevar. Nunca ir en contra de ello. Sin reprimirse ni llenarse de cuestiones sin sentido…Sólo hacer. No sé qué le habrás visto a esa mujer para que te tenga así de loco. No importa demasiado si ella te da bola o no. Porque además, uno sólo conserva lo que no amarra. Sería tonto pensar que no la tenes, sólo porque no la tenes físicamente… Lo importante es tu sentir. Es… hermoso. Ese sentir. Poder percibir cosas tan fuertes por alguien. Es genial. Es genial el amor. Sufrir por amor es el único sufrimiento que vale la pena. Creo que no deberías dejarte estar, creo que deberías pelear por ello. Yo, particularmente, debo decirte que… me encantas… pero… yo no puedo ni quiero hacer nada que vaya en contra del amor, sabes? Yo estoy a favor de cualquier cosa que sea movilizada bajo la bandera del amor. Creo que sólo así se pueden cambiar las cosas. Sólo movilizados por esos grandes sentimientos. No hay nada más lindo. Por lo cual, no puedo hacer nada para modificarlo, ni quiero. No voy a intentar enamorarte, ni querer hacer que te olvides de aquella mujer… no! Si hay amor, pues… que lo haya! No importa si es conmigo o con quien, vos sentís amor, y eso es lo importante! Mientras esté el amor, entonces… todo está bien. Y bueno… si al paso del tiempo… todo esto se te cae y queres caminar otros caminos, va a estar todo bien.. yo voy a estar acá, aún deseando tu felicidad.
-Uh…
-¿Qué?
-Es que… creo que me acabo de enamorar de vos.



Nota al pie: Lease junto al apartado “Sobre el amor” que subiré a la brevedad.

viernes, 24 de junio de 2011

Hablame como la lluvia.

Monólogo extraído de la obra de teatro “Hablame como la lluvia” de T. Williams.
                                                                                                             
   A Julián G.
A la lluvia, hermosa.
Y a todos aquellos que nos queremos escapar,
 alguna vez.


¡Quiero irme de aquí! ¡Sola! Me instalaré con un nombre supuesto en un pequeño hotel de la costa... Anna... Jones... La camarera será una viejecita que tendrá un nieto y me hable de él... Me contará lo que cenó su nieto... tapioca y leche... La habitación será umbrosa, fresca y estará llena del murmullo de la...lluvia. La ansiedad desaparecerá. Las ventanas serán altas, con largos postigos azules, y habrá una temporada de lluvia... lluvia... lluvia... Mi vida será como la habitación, fresca, umbrosa y... llena del murmullo de la....lluvia. Todas las semanas sin falta, el correo me traerá un cheque. La viejecita me cobrará los cheques, y me traerá libros de una biblioteca y recogerá... la ropa de la lavandería... Me vestiré de blanco. Nunca seré muy fuerte ni me quedarán muchas energías, pero pasado algún tiempo tendré las suficiente para pasear por la playa sin esfuerzo... Habrá una temporada de lluvia, lluvia, lluvia Y me sentiré tan agotada después de la vida en la cuidad que no me importará estar sin hacer nada, simplemente oyendo caer la lluvia. Estaré tan tranquila. Las arrugas desaparecerán de mi cara. No se me inflamarán nunca los ojos. No tendré amigos. No tendré ni siquiera conocidos. Cuando sienta sueño regresaré despacio al pequeño hotel. El empleado dirá: Buenas noches Señorita Jones; y yo me limitaré a sonreír a penas y cogeré mi llave. Nunca ojearé siquiera un periódico ni oiré la radio; no tendré conciencia del paso de tiempo... Un día me mirare al espejo y veré que mi cabello está empezando a ponerse gris, y por primera vez me daré cuenta de que he estado viviendo en este pequeño hotel bajo un nombre supuesto durante veinticinco años.  Me alegrare de que el tiempo haya pasado tan sin sentir. De vez en cuando quizá vaya al cine. Leeré largos libros y los diarios de escritores muertos. Me sentiré más cerca de ellos de lo que me he sentido nunca de las personas que conocía antes de retirarme del mundo. Y me vendrá el sueño. Me quedaré dormida con el libro todavía entre las manos y lloverá. Despertaré, oiré la lluvia y me volveré a dormir. Una temporada de lluvia, lluvia, lluvia. Después, un día, al cerrar el libro o al volver sola del cine a las once de la noche, me miraré al espejo y veré que mi cabello se ha puesto blanco. Blanco, blanco del todo Tan blanco como la espuma de las olas.  Recorreré mi cuerpo con las manos y percibiré lo asombrosamente delgada he ingrávida que me he quedado. Casi transparente. Apenas real ya .Entonces advertiré, sabré, un tanto confusamente, que he permanecido ahí, en ese pequeño hotel, sin... relaciones sociales, responsabilidades, inquietudes ni perturbaciones de ninguna clase... durante casi cincuenta años. Medio siglo . Casi toda una vida. No recordaré ni siquiera los nombre de las personas que conocía antes de llegar allí, ni que se siente cuando se espera a alguien que... puede no venir...Entonces sabré - mirándome al espejo- que ha llegado el momento de pasear sola una vez más  por la explanada, con un viento fuerte azotándome, un viento limpísimo... pasearé sola y me iré adelgazando, adelgazando. Cada vez más delgada, más delgada! ¡Hasta que al final no tendré cuerpo ya y  el viento me recogerá en sus fríos brazos blancos y me llevará para siempre! ¡Quiero irme de aquí!


lunes, 20 de junio de 2011

Sobre el tiempo.

Con el tiempo vas cambiando y tus ojos van mirando el más allá.
Cuánto tiempo más llevará, cuánto tiempo más llevará...
Ilusiones, letras de cristal, simulando que sabes adónde estás.
Algunos dirán qué viejo que estás. Por favor, hablemos de verdad.

Y con el tiempo la magia de estar aquí, vas suponiendo que sabes adónde debes ir.
Cuánta ignorancia corre por tu cuerpo.
¿Ni siquiera te entregas al viento sin pensar por qué?

Cuánto tiempo más llevará, cuánto tiempo más llevará…
 

Los meses con J siempre traen consigo cantidades incontables de preguntas. Aún no nos queda claro bien por qué, ni cómo sucede. Pero justo en la mitad, la cosa se empieza a corromper. Este año, particularmente, se llevó su primera mitad como una ráfaga de viento. No puedo evitar pensar en el día de ayer como mes de Febrero. Como si en el medio se me hubiera borrado la memoria. Dicen que con los años el tiempo comienza a pasar más rápido y uno no se da cuenta. Salvo cuando ya sos muy muy viejito que ahí si, los días se convierten en eternidades insostenibles y monótonas. A mi en lo personal, me asusta un poco esto del tiempo. Convengamos que no es más que una mera construcción del ser humano para… ¿organizarse? A mi el tiempo suele desorganizarme. Resulta que así como a Alberto le resulta físicamente imposible seguir una dieta, yo soy puramente incapaz de calcular tiempos o de especular con ellos.  Siempre llego tarde a todos los lugares. Nunca cumplo las promesas que requieren de acordar un horario. Siempre el tiempo se me acorta, queriéndome apresarme al reloj. Cuando calculo, siempre me faltan diez minutos. No sé. No soy buena para eso. Lo copado es que me rodea mucha gente que tampoco lo es. Entonces no debería de haber problema alguno. Cómo sea. El tiempo no es mi fuerte. Siempre me andan apurando, tocándome bocina desde la puerta, pegando gritos y siempre siempre me queda algo inconcluso. La gente se la pasa hablando del tiempo, adjudicándole un montón de características que no son propias de él como que “el tiempo cura las heridas” “año nuevo, vida nueva” (?) Qué carajo?. Las personas buscamos en el tiempo la solución a nuestros problemas. En nada se diferencian el 31 de Diciembre al 01 de Enero. Y no es el tiempo quien cura las heridas. Es uno mismo. “La gente cambia con los años” Sólo si quiere cambiar. No sé bien por qué necesitamos del tiempo. Por qué entradas altas horas de la noche se dice que “es tarde” ¿para qué? “¿Qué haces despierto a esta hora?” Se duerme de noche, se vive de día. Es algo tan abstracto. O cuando se piensa que es demasiado pronto para hacer tal cosa. No tiene mucho sentido. ¿Esperar? ¿a qué? ¿para qué? El tiempo es hoy.
 San Agustín decía que el pasado ya no existe y el futuro aún no es. En cuanto al presente es un continuado dejar de ser, un continuo tender hacia el no ser. Por lo tanto,  el tiempo existe en el espíritu del hombre, porque es donde se mantienen presentes el pasado, el presente y el futuro. Por ello los tiempos son tres: El presente del pasado, el presente del futuro y el presente del presente. No reside en el movimiento sino en el alma.
Creo que tiene algo de razón. Hay gentes y gentes. Gente que no acepta el paso del tiempo, y gasta dinero en costosas operaciones para aparentar juventud. Es gracioso, por no decir triste, la ignorancia de aquellos quienes creen que la juventud se va con los años. Que es algo físico. Eso es totalmente absurdo. No somos sólo cuerpos.
En fin, esa duda que me trajo el 20 de Julio por la que me vi impulsada a escribir, radica en el paso del tiempo en tanto “tarde/temprano”. Es decir, cuando uno no hace algo “a su debido tiempo” luego ¿es “tarde”? ¿A dónde van todas aquellas palabras que no se dijeron? ¿Qué sucede con los cambios abruptos de personalidad en un período de tiempo “corto”? ¿Si en Marzo pregonabas gastarte un dineral en Disney comprando incontables cosas y aplaudiendo la “buena atención” de la sociedad estadounidense y en Septiembre te jactas de bohemio escuchando Bob Marley y zurdito por leer “Las venas abiertas de América Latina”, olvidaste tu pasado? ¿Existe el pasado? ¿Qué es? ¿Dónde está? ¿Si te interesa lo material, lo superfluo, el consumismo pero escuchas a Los Beatles y citas sus frases en Facebook sos, igualmente, un revolucionario? No lo sé. “Con el tiempo, la gente cambia” Era así, no? Y todos tenemos la chance de hacerlo. Todo cambio es bienvenido, es sano, es salud, es conciencia de crecer, amor a la vida… pero es todo eso en tanto se reconoce como tal, como cambio y no omitiendo todo lo anterior. La palabras no dichas suelen delegarse en discusiones reiteradas, en acciones similares, en enojos y fastidios constantes, en una molestia al respirar incontrolable. Odio las palabras no dichas. “La quemazón de la picada la sientes más tarde”. En el momento en que no se dicen, nada sucede, nada molesta… comienza a sentirse con “el tiempo”. El tiempo te hace poderoso. Mucho tiempo en un lugar te hace sentir parte de el. Mucho tiempo con una persona te crea su dueño. Mucho tiempo haciendo algo te da la experiencia. Mucho tiempo en este mundo te genera, supuestamente, sabiduría. Mucho tiempo estudiando, buenos resultados. Mucho tiempo trabajando, buena guita. Mucho tiempo, legitimidad. Poder. Egocentrismo.
En fin, las cosas pueden ser muy dañinas también. Pero al fin y al cabo, el tiempo no es más que una mera construcción del ser humano. Como todo.




lunes, 13 de junio de 2011

Los modelos del éxito.

El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian a la naturaleza: la injusticia, dicen, es ley natural. Milton Friedman, uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo docente, habla de «la tasa natural de desempleo». Por ley natural, comprueban Richard Herrnstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para anunciarles la gloria.
¿Supervivencia de los más aptos? La aptitud más útil para abrirse paso y sobrevivir, el killing instinct, el instinto asesino, es virtud humana cuando sirve para que las empresas grandes hagan la digestión de las empresas chicas y para que los países fuertes devoren a los países débiles, pero es prueba de bestialidad cuando cualquier pobre tipo sin trabajo sale a buscar comida con un cuchillo en la mano. Los enfermos de la patología antisocial, locura y peligro que cada pobre contiene, se inspiran en los modelos de buena salud del éxito social. Los delincuentes de morondanga aprenden lo que saben elevando la mirada, desde abajo, hacia las cumbres; estudian el ejemplo de los triunfadores y mal que bien hacen lo que pueden para imitarles los méritos. Pero «los jodidos siempre estarán jodidos», como solía decir don Emilio Azcárraga, que fue amo y señor de la televisión mexicana. Las posibilidades de que un banquero que vacía un banco pueda disfrutar, en paz, del fruto de sus afanes son directamente proporcionales a las posibilidades de que un ladrón que roba un banco vaya a parar a la cárcel o al cementerio.
Cuando un delincuente mata por alguna deuda impaga, la ejecución se llama ajuste de cuentas; y se llama plan de ajuste la ejecución de un país endeudado, cuando la tecnocracia internacional decide liquidarlo. El malevaje financiero secuestra países y los cocina si no pagan el rescate: si se compara, cualquier hampón resulta más inofensivo que Drácula bajo el sol. La economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado. Los organismos internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito practican el terrorismo contra los países pobres, y contra los pobres de todos los países, con una frialdad profesional y una impunidad que humillan al mejor de los tirabombas.
El arte de engañar al prójimo, que los estafadores practican cazando incautos por las calles, llega a lo sublime cuando algunos políticos de éxito ejercitan su talento. En los suburbios del mundo, los jefes de Estado venden los saldos y retazos de sus países, a precio de liquidación por fin de temporada, como en los suburbios de las ciudades los delincuentes venden, a precio vil, el botín de sus asaltos.
Los pistoleros que se alquilan para matar realizan, en plan minorista, la misma tarea que cumplen, en gran escala, los generales condecorados por crímenes que se elevan a la categoría de glorias militares. Los asaltantes, al acecho en las esquinas, pegan zarpazos que son la versión artesanal de los golpes de fortuna asestados por los grandes especuladores que desvalijan multitudes por computadora. Los violadores que más ferozmente violan la naturaleza y los derechos humanos, jamás van presos. Ellos tienen las llaves de las cárceles. En el mundo tal cual es, mundo al revés, los países que custodian la paz universal son los que más armas fabrican y los que más armas venden a los demás países; los bancos más prestigiosos son los que más narcodólares lavan y los que más dinero robado guardan; las industrias más exitosas son las que más envenenan el planeta; y la salvación del medio ambiente es el más brillante negocio de las empresas que lo aniquilan. Son dignos de impunidad y felicitación quienes matan la mayor cantidad de gente en el menor tiempo, quienes ganan la mayor cantidad de dinero con el menor trabajo y quienes exterminan la mayor cantidad de naturaleza al menor costo.
Caminar es un peligro y respirar es una hazaña en las grandes ciudades del mundo al revés. Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen. El mundo al revés nos entrena para ver al prójimo como una amenaza y no como una promesa, nos reduce a la soledad y nos consuela con drogas químicas y con amigos cibernéticos. Estamos condenados a morirnos de hambre, a morirnos de miedo o a morirnos de aburrimiento, si es que alguna bala perdida no nos abrevia la existencia.
¿Será esta libertad, la libertad de elegir entre esas desdichas amenazadas, nuestra única libertad posible? El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo: así practica el crimen, y así lo recomienda. En su escuela, escuela del crimen, son obligatorias las clases de impotencia, amnesia y resignación. Pero está visto que no hay desgracia sin gracia, ni cara que no tenga su contracara, ni desaliento que no busque su aliento. Ni tampoco hay escuela que no encuentre su contraescuela.


"Los modelos del éxito"Eduardo Galeano.