lunes, 26 de noviembre de 2012


¿Has pensado alguna vez que nunca te verás caminar? ¿O nunca te mirarás a los ojos? Sí y sólo si lo haces mediante un intermediario. Podrías ver una filmación tuya caminando, pero no te estarías viendo a vos caminando sino una filmación de vos haciéndolo. O podrías pues buscar tus ojos en el espejo, pero no serían los tuyos los que él te devolvería, sino los que él tiene para ofrecerte.
Es extraño que nosotros seamos los únicos que no podemos vernos. Ni escucharnos (dicen que la voz que escucha uno, no es la que realmente emite). ¿Será que nunca nos conocemos realmente? ¿Existe la posibilidad de conocer alguna vez, profundamente, a alguien? ¿es eso posible?.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Unificación de ejes.



Alguna vez alguien me dijo que nada se debe en esta vida. Creo que ya hemos citado eso en este blog. No sé bien por qué, pero los seres humanos tendemos a adjudicarnos deberes. A adjudicarnos y adjudicarle también deberes a los demás. Pero… ¿es acaso eso posible? ¿Existe algo que se deba hacer o no se deba hacer como obligación-responsabilidad nata imposible de eludir?
Extrañamente, hay una gran diferencia entre lo que “se debe hacer”, lo que “se quiere hacer” y lo que efectivamente se hace. Rara vez esos tres puntos coinciden formando uno solo. Por lo general, es un segmento compuesto por tres puntos en el que nos deslizamos los seres humanos a lo largo de nuestra vida, haciendo a veces lo que queremos, haciendo a veces lo que debemos o no haciendo ninguna de estas dos y haciendo otra cosa. Lo ideal sería que esos tres puntos se conviertan en uno solo. Vayamos a un ejemplo:
Estoy aquí sentada redactando este escrito (loqueestoyhaciendo), debería estar leyendo para mi parcial de argentina II que se aproxima (loquedeboestarhaciendo) pero me gustaría realmente estar paseando por las calles angostas de algún país lejano (loquemegustaríaestarhaciendo).
Lo cierto es que existen limitaciones. Es decir, para llevar a cabo lo que me gustaría hacer, yo debería disponer de dinero, principalmente, para pagar dicho viaje y así sucesivamente.
Si profundizáramos más en esa tríada de la vida y encontráramos grandes abismos entre los tres puntos, entonces sería verdaderamente preocupante. Vayamos a un ejemplo:
“Debería estar yéndome a casar, sin embargo, estoy en un bar lleno de putas y drogas totalmente alcoholizado… me gustaría estar sentado en el regazo de mi madre mientras ella acaricia mi pelo y me lee un libro”.
Ese es un ejemplo extremo. Tal vez el más extremo de todos. Digamos que aquel hombre ha sufrido en su infancia el maltrato de su padre, un demente que –celoso por la relación edipica entre su mujer y su hijo- asesinó a su esposa, lo que produjo un fuerte trauma en el niño, quien años más tarde, creyéndose libre ya del dolor de aquel episodio, comienza a mantener una relación amorosa con una mujer, en la que busca satisfacer todas sus carencias de amor y contención, buscando similitudes entre esta mujer y su propia madre. Lleva esta relación muy lejos, hasta el mismísimo casamiento, pero en el día de su boda todo esto se le revela, lo atemoriza, lo paraliza y huye a un bar de malamuerte a esconderse en adicciones que han sabido acogerlo en años pasados.
Ese sería un claro ejemplo de los abismos que puede haber entre estos tres puntos. Fundado y argumentado en una historia pasada que permite la coherencia o la lógica o por lo menos facilita el entendimiento del por qué de la distancia entre estos tres puntos.
Muchas veces coinciden sólo dos puntos de estos tres, lo cual es lo más común. Por ejemplo:
Un hombre debe trabajar diez horas al día en una fábrica para mantener a su familia, efectivamente está trabajando en la fábrica aunque quisiera estar en la plaza jugando a la pelota y disfrutando de sus hijos.
Es realmente triste vivir así, no? Pienso que sería lindo lograr la unificación de estos ejes.
Sin embargo, hay un punto exacto en el Universo en el que esos tres ejes se alinean, se interceptan formando uno solo: lo que debo hacer, lo que quiero hacer y lo que hago. Son pocas las certezas que tengo en la vida. Abundan las dudas. Nunca me siento segura de estar en el lugar indicado, estudiando la carrera indicada, con la compañía indicada. Sólo hay un lugar en el que me siento así, segura, y en el que los puntos se interceptan chocándose y producen esa mágica luz que encandila y enamora y se prolonga hasta la infinidad del Cosmos, bien hondo en tu pecho, por los jamases de los jamases: el escenario.


jueves, 5 de abril de 2012

Amores perros.

- Capítulo tres: “Lo que no se dijo”

“El mundo es tan chico, viejo, sin embargo nunca supe de alguien como vos.”

























La historia ya era literatura en sí misma, narrarla sería cometer un sacrilegio.  

Congreso.

Mientras la yema de tus dedos desmaquilla mis labios mojados, dibujando así una sonrisa imborrable, entiendo  -y esta vez con suma certeza- que nunca voy a lograr entender lo que ocurre en los suburbios recovecos de mi inconsciente. Parece –solo parece- que el tiempo no ha pasado. Pero esto no es más que un cruel engaño. Bien ha sabido pasar el infrenable tiempo intentado curar las heridas que ha dejado la huída de aquel amor. Una especie de vacío que parece –solo parece- llenarse con nuevos besos, largos, mojados, pegajosos. Besos en la boca, besos en los dientes, en la lengua, en la mejilla, en el cuello. Besos en los ojos, en la frente, en el pelo, en la mano, en los dedos, en el brazo. Besos extraños, adestiempo, besos que llegan tarde. Besos que se necesitan y nos encuentran en la más profunda soledad de la noche de Congreso. 




Este texto lo escribí hace ya algún tiempo algo lejano, cuando la primavera nos pisaba los pies. Aquel día luego de verte entre las lluviosas luces amarillas de Congreso. Hoy no entiendo de dónde proviene ni qué pasó por mi cabeza de aquel entonces. Aún así, me parece lindo para compartir.

El mejor violinista del mundo.


Desperté con esa sensación que me ataca a veces de haber dormido dos días enteros. Sin abrir los ojos me sentí mareada y algo cansada. Parecía haber en el lugar mucha luz. Había un olor extraño que no logré reconocer sino hasta unos minutos más tarde. Percibí en el lóbulo izquierdo un fuerte dolor como puntiagudo. Despacio intente abrir los ojos. Parecían pegados. Me costó. Los abrí y volví a cerrarlos rápidamente. Es una sensación muy incómoda esa de abrir de los ojos después de haber dormido, como si fuera doloroso encontrarse de repente con el mundo.
Hice el segundo intento. Efectivamente había mucha luz. Vi en el techo dos grandes tubos de luz. Esos que tienen ese color tan tan blanco. Gire mi cuerpo hacia la izquierda. Había una persona durmiendo en una cama, al lado. Se escuchaban ruidos extraños de pasillos y voces. También el canto de pájaros en la ventana. Y ese olor que decididamente era aserrín (creo que se usa para limpiar los pisos). Recorrí mi cuerpo con las manos. Me sentía bien. (Salvo por ese dolor en el lóbulo izquierdo). Me senté sobre la cama. Refregué mis ojos. Había un ruidito regular que sonaba cada un segundo. Se parecía al despertador que tenía mi abuela en la casa de Arribeños. Las voces fueron aumentando, aumentando, casi las sentía dentro de mi cabeza cuando de repente se abrió la puerta.
Entraron a la habitación dos personas. El hombre era alto y tenía el pelo canoso. Su voz era muy grave, generaba esa sensación de murmullo difícil de precisar. (O tal vez era que hablaba así a propósito, no lo sé). Tenía el rostro perfectamente afeitado. Vestía de blanco y se asombró al verme sentada en la cama. La otra era una mujer. Morocha. Con un rodete. El hombre le llevaba aproximadamente dos cabezas. Ella tenía en la mano una especie de planilla y vestía de celeste. Lo escuchaba al hombre con suma atención. Pude percibir destellos de admiración en su mirada. A mí me examinaba de tanto en tanto, de reojo.
-Buenos días, Señora Beck. ¿Cómo ha pasado la noche? –dijo el señor vestido de blanco.
Yo lo miraba asombrada sin entender.
-Justamente veníamos a hablar con usted, es una suerte que ya se haya despertado, eso nos facilita tantísimo las cosas. Le traíamos unos papeles para que firme luego de escuchar lo que tenemos que comentarle.
Permanecí en silencio, observándolos. Se miraron entre ellos. Ella se encogió de hombros.
-Bien, ¿se siente bien señora? Podemos volver más tarde si así lo precisa.
-No… comprendo. –dije con vacilación.
Volvieron a mirarse entre ellos y la mujer volvió a encogerse de hombros, entonces dijo:
-Bueno, señora, no se preocupe, tal vez necesite descansar más.
-No, no estoy cansada.
El hombre tomó del hombro a la mujer y le dijo “déjame a mí, Vero” y mirándome ya con un tono algo fastidioso me dijo:
-¿Ve el hombre que está en esa cama? Es Jascha Heifetz. Es un honor tenerlo entre nosotros y debe serlo para usted también, o no?
Hubo un silencio incómodo en la habitación. Ellos me miraban como esperando una respuesta. Yo seguía sin entender. Me sentí como obligada a decir algo.
-Sí… -dije tímidamente.
-Pues sí, señora, si, ¡claro que lo es! ¡Es un verdadero honor! ¡Esto hay que celebrarlo!- dijo casi gritando, acercándose a mi cama. La mujer se reía. Parecía que de repente les había agarrado una alegría incontenible. Me asusté.
La mujer se acercó a mi cama y dijo:
-Bueno, sabrá que Jascha es lituano. Imagínese el honor inmenso que es para nosotros que su familia quiera contar con las instalaciones de este hospital. Hay miles de profesionales que quisieran estar en el lugar del doctor Spadacinni. Salimos en los diarios y todo.
-Qué bien- respondí. Todo me parecía tan confuso. La mujer prosiguió:
-Es por eso que veníamos a pedirle a usted que firmase estos papeles.
-¿Yo? ¿yo que tengo que ver?
-¿Cómo qué tiene que ver? Usted, señora, es la responsable de todo esto – cuando dijo esto la mujer se me abalanzó encima para abrazarme. El hombre la detuvo diciéndole “Verónica, la señora puede estar aún debilitada, controla tu efusividad por favor” entonces mirándome, sonrió y dijo:
-Perdónela, es que esta es la oportunidad de nuestra vida, ¿sabe?
-Discúlpeme, no quisiera irritarlo, pero no comprendo bien qué tengo que ver con todo esto.
-Ah, bueno... no se preocupe, se lo explicaré las veces que sea necesario. ¿Ve ese cable de ahí? –recién ahí percibí que de mi brazo izquierdo salía un cable que estaba conectado al brazo derecho del señor que dormía en la cama de al lado y a su vez, a una computadora de donde provenía el ruidito regular- Bueno, ¡usted está usando lo último de tecnología en la medicina! Nosotros hicimos un estudio exhaustivo con el mejor equipo de profesionales del país y encontramos que su cuerpo presenta la medida indicada de linfocitos para mantener con vida a este hombre. Los linfocitos son un tipo de glóbulos blancos comprendidos dentro de los agranulocitos. Son los leucocitos de menor tamaño y representan del 24 a 32% del total en la sangre periférica. Básicamente, los linfocitos se encargan de la producción de anticuerpos y de la destrucción de células anormales. Es decir, lo que hace este cable, en resumidas palabras, es equilibrar su cantidad de linfocitos, que por suerte es muchísima Señora Beck, con las de este hombre, a quien le falta la medida de linfocitos necesaria para poder llevar una vida normal. Este hombre no es más ni menos que el mejor violinista del mundo. Es una responsabilidad gigantesca para nosotros poder atenderlo. Creemos que en nueve meses sus linfocitos estarán equilibrados para poder llevar una vida con total normalidad.
-Pero…
-Sí, eso es. Para ser más claros, señora. Digamos que este hombre vive gracias a usted. Su vida está en sus manos. Si este cable llegara a desconectarse, este hombre sufriría una descompensación irremediable que le costaría la vida.
Ambos me miraban con cara de psicópatas. Sobretodo la mujer. Empezaba a incomodarme su tono de voz y ese tic que tenía en el párpado derecho. La mujer agregó:
-Bueno, aquí están los papeles. Le comento así, como por encima, porque no tenemos mucho tiempo. Estos papeles básicamente son la autorización para que nosotros, durante estos nueve meses, realicemos las investigaciones que sean necesarias con su cuerpo para poder llevar a cabo este proyecto. Y también, entre ellos figura una declaración jurada donde usted sostiene que está de acuerdo en permanecer nueves meses internada en este hospital, bajo nuestra tutela, enchufada a esta máquina, con el fin de aportar a la ciencia médica lo que podría ser el gran descubrimiento del siglo XXI y, por supuesto, salvarle la vida a este tan prestigioso artista.  
-¿Usted me está diciendo que durante nueve meses yo debo permanecer en este hospital enchufada a este desconocido?
-Bueno, señora, por favor, no hable así del mejor violinista del mundo. ¿No se siente honrada de ocupar ese rol? Muchos fanáticos de Jascha Heifetz quisieran estar en su lugar –dijo el hombre algo indignado.
-Pero… ¿Qué es esto? ¿eh? ¿esto es una broma de mal gusto o qué? ¿usted me está cargando? ¿Se volvieron locos? ¿Quién se creen que son?- dije con una violencia en la que me costó reconocerme. No entendía nada. Estaba realmente asustada. Las manos me temblaban y la voz se entrecortaba. Me exalté tan bruscamente que los médicos retrocedieron un paso agarrados de la mano. Él le dijo a la mujer al oído que buscara la inyección para que yo me tranquilice pero aún así lo escuché, entonces comencé a gritar cosas que ahora no recuerdo. Como en un estado de shock, como fuera de mí. Solo recuerdo que sentí adentro mío un fuego inminente que desembocó en un desmayo.
Más tarde desperté de nuevo en el hospital. Estaba sola en la habitación inundada por un silencio profundo (salvo por ese ruidito regular). Ya no entraba tanta luz por la ventana. Era la tarde, así que supuse que habrían pasado dos o tres horas. Tal vez más. Mire a mi izquierda y el hombre seguía estando allí. También el cable. Me quedé inmóvil observándolo. Su rostro parecía tranquilo y tenía como una mueca sonriente. “Qué ironía” –pensé. Me senté sobre la cama, mirando hacia él. Estuve largo rato mirándolo. Podría jurar que habían pasado horas, pero no fueron más que unos largos minutos. El silencio era absoluto. Observé toda la habitación. Las ventanas con postigos azules. Las cerámicas blancas. Brillosas. Las paredes blancas también, con algunas manchas de humedad que al cabo de un tiempo iban tomando formas graciosas. Había también una pequeña mesa de luz de madera donde reposaban dos veladores y una botella de agua mineral. A los pies de las camas, un sillón de tres cuerpos. Y del lado derecho de la cama de él, una gran variedad de floreros rebalsados de flores de todo tipo, algunas tenían tarjetas con algo escrito, pero desde mi lugar era imposible precisar qué.
Miré mi brazo. Me sentía algo debilitada. Respiré profundo y conté hasta tres. Conteniendo la respiración y usando toda la energía que me quedaba, arranqué de un fuerte tirón el cable de mi brazo. Dolió un poco. El ruidito regular que sonaba cada un segundo se convirtió en uno solo largo y prolongado. Entonces lo supe: había matado al mejor violinista del mundo.

jueves, 15 de marzo de 2012

De mitos y de lluvias.

A Nazareno G.
hasta el cielo alto bien alto.

Dícese del origen de las tormentas que existían dos mundos: El mundo de los sueños y el otro mundo.
En el  mundo de los sueños, el más ídilico, existen seres de todo tipo, diversos tamaños, medidas, colores, fragancias. Los hay gigantes y enanos. Gordos, flacos, peludos. Los espacios son infinitos. No hay límites. Los colores son saturados. Las distancias son cortas. Todo es posible.
En ese mundo, en el mundo de los sueños, vivía Bob Marley. Sabrán, nadie muere en el mundo de los sueños. Se muere en el otro, en el otro mundo, pero no en el de los sueños. En el mundo de los sueños se vive para siempre. Concretamente, Bob Marley había muerto el once de mayo de 1981 en el otro mundo. Decir que “murió” el sólo por ser un poco racionales, pero lo cierto es que aún vive aunque ya no de manera física. Ahora bien, del mundo de los sueños Bob Marley nunca se fue, allí tiene una casa en Jamaica con una especie de altar en donde recibe visitas.
Nazareno y yo aún vivimos en ambos mundos. En el otro mundo él y yo admiramos al gran Bob. Escuchamos su música y él tiene una remera con su rostro que cuando se la pone, quisiera yo comérmelo a besos.
Una noche, a fines del 2011, Nazareno  se acostó como la mayoría de los días. Cansado luego de un día laboral consiguió, al cabo de unos minutos, sumergirse en el mundo de los sueños y comenzar a soñar. Allí entonces sucedió:

Apareció Nazareno Soñado angustiado por un desamor que estaba sufriendo con Eugenia Soñada. Al parecer ellos se habían peleado y no estaban más juntos. Él estaba realmente destruido. Pero Nazareno Soñado es aún más fuerte que Nazareno y es así como decidió luchar por su amor. Salió en busca de su dama por todos los rincones del Universo. Recorrió planetas y países, la buscó en bares, hoteles, plazas, hospitales, estaciones de tren. No estaba por ningún lado. Dio vuelta los océanos tres veces. Escaló montañas, subió a los cielos más altos. Tampoco estaba allí. Cuando entonces, ya cansado de buscar, recibió la noticia de un ser que desconocemos que le dijo que Eugenia Soñada se encontraba en la casa de Bob Marley en Jamaica. Decidió ir allí. Al llegar tocó la puerta. Ella salió a su encuentro. Cuando la vio él no podía creerlo. Una sonrisa se le dibujó en la cara y la inmensa satisfacción de haberla encontrado. Su corazón latía a la par del galope de un caballo. Fuerte. Intenso. Casi atravesándole el pecho. Ella se acercó hasta el zaguán y preguntó quién era. Nazareno Soñado la miró sorprendido “Son Nazareno”. “¿Por qué asunto es?” preguntó ella entonces. Él vaciló. Ella, acercándose a la puerta e introduciendo la llave le dijo: “Voy a hacer una excepción pero le pediría por favor que sea breve, el señor Marley no recibe periodistas los días jueves” Entonces vio la maleta que reposaba a sus pies y agregó “pero considerando que usted viajó tanto…” Dijo esto y sonrió mirándolo a los ojos. Él no podía creerlo. Se quedó quieto del otro lado de la puerta, mirándola. Ella le sostuvo unos minutos la mirada y añadió: “vamos, hombre, no sea tímido, pase nomás que no tenemos mucho tiempo”.
La mansión era inmensa. Ella lo llevó recorriendo largos pasillos que parecían túneles. Atravesaron dos salones grandes, seis puertas, un jardín, subieron dos escaleras, y llegaron a un altar en donde se encontraba Marley sentado en una especie de trono. Nazareno Soñado no podía creerlo. Admiraba al gran Bob. Improvisó una serie de preguntas. Marley no se veía muy dispuesto a contestarlas, la miraba a Eugenia Soñada haciéndole un gesto con la cabeza y ella respondía por él con mucha admiración. La figura del ídolo se iba derrumbando pregunta a pregunta. Eugenia Soñada permanecía sentada a su derecha, contestando todas las preguntas con paciencia y entusiasmo. Nazareno Soñado no podía sacarle los ojos de encima. Entonces ella dijo: “bueno, una última pregunta por favor, que ya es la hora del almuerzo…” Un silencio inundó el salón, entonces él mirándola a los ojos le dijo: “¿Y vos qué haces acá?”. Se miraron. Marley parecía no entender que pasaba y se apresuró a contestar: “ella es mi mujer, mi musa inspiradora”.
En ese momento despertó. Por suerte, en el otro mundo, todo estaba bien entre nosotros. Desde entonces, cada vez que salgo con Nazareno y él lleva puesta la remera de Bob Marley, una gran tormenta se desata. Se inunda la ciudad, el viento nos llena de tierra los ojos, nos mojamos y sufrimos frío. Creemos que tal vez Marley, al vernos juntos a través de la remera, sienta celos y envíe un temporal terrible a modo de venganza.


martes, 28 de febrero de 2012

Amores perros.

Capítulo dos: “El lenguaje”.
“Se vio que la comunicación no requiere
indispensablemente del habla,
siempre me da vueltas esa idea…
 ¡cómo te limita el lenguaje!”
Julián Goñi.

Ya hemos hablado acerca del lenguaje como una construcción. (Que bien podría ser otra, pero es esta). Sobre cómo las palabras no son más que solo signos que significan un significado. (Que bien podría ser otro, pero es este).
Las palabras no dicen nada. Más se dice con los hechos. ¿Qué significan las palabras si no hay acciones que las llenen de contenido? Es decir, hablar es fácil. No cuesta nada. Las personas hablan por hablar, pero no dicen nada. El lenguaje que comunica realmente es el de las acciones. Los hechos.
Ahora bien, lo que sucede realmente es que las personas nos atamos a las palabras o a las no-palabras (silencios) por no querer decodificar las acciones, por no querer saber leer los hechos. Una forma de negar la realidad. Es por eso que hay que ser realmente muy cuidadosos con el lenguaje. Con  lo que se dice y con lo que no se dice. Estar bien seguros de lo que  decimos ya que no todas las personas desvalorizan las palabras. Todo lo contrario. Solemos tomar cada palabra al pie de la letra, sin hacer el proceso de decodificación. Es así como las personas se mienten a sí mismas. Si escucharon un “te amo”, van a quedarse con eso, sin evaluar si aquella afirmación está sustentada con acciones. O tal vez el proceso contrario, tal vez nunca escucharon el “te amo” que tanto anhelan, pero la otra persona lo demuestra de manera continua. No sé. Realmente es muy complejo. De verdad hay que ser cuidadosos para no generar falsas ilusiones o vender algo que no somos/sentimos. Hablar es fácil. Todos hablan. Todo el tiempo escuchamos a todo el mundo hablando. ¿Qué onda? De verdad. Da asco. Están vacíos. Hablan sin decir nada. Y peor aún, le temen al silencio. Piensan en el silencio como un monstruo asesino. Piensan que hay que llenar espacios y no se les ocurre mejor manera que llenarlo (es decir, vaciarlo) con palabras. ¡Y no con silencios! El silencio llena más. Dice más. Y es hermoso. Las personas suelen ponerse incómodas con el silencio.
Otra situación muy común es exigir a las personas que te digan las cosas. Como cuando una persona no está interesada en vos y le exigis que “te lo diga en la cara”. Es estúpido. ¿Para qué? Aquella persona te lo estará diciendo con acciones. Y vos te diste cuenta, ¡vamos! Por algo exigis que te lo diga… ¿para qué, por dios, para qué? ¡Si nada cambia!. Y acá comienza mi relato. Me pasó algo similar hace un tiempo:
Salía con un chico. Bah… “salía”, qué sé yo, nos veíamos de vez en cuando y nos dábamos un par de besos. Nada comprometido. Lo que sí solíamos hacer era hablar mucho. Ni siquiera. Escribir mucho. Porque las conversaciones las manteníamos por msn. Eso me desesperaba. Ya de por si el lenguaje hablado es bastante limitado como para que encima le sumemos el condimento de la distancia y lo resumamos todo a largas horas sentados frente a algo tan frío y tan banal como lo es una computadora, robándole a la comunicación lo más rico que tiene que son los gestos, las miradas, las sonrisas, las entonaciones.
De verdad nos pasábamos horas hablando. Era realmente desesperante. Digo, pudiendo aprovechar esas horas viéndonos… Pero no. Sólo nos escribíamos. Y bueno, digamos que yo elegía conformarme con eso porque pese a todo, esas conversaciones me divertían y de renunciar a ellas, estaría renunciando al poquito de relación que me ataba a aquel hombre. Y aquel hombre me importaba en aquel entonces.
Venía de tener una relación con un ser humano bastante extraño con el que salí cerca de tres meses. Era raro. Poseía todo lo que hubiera esperado encontrar el un hombre. Era lindo, barba, rulos, rastas, le gustaba la política (tal vez, demasiado) era inteligente, emprendedor, leído, me gustaba cómo se vestía… pero no sé, aún así no lograba enamorarme de él. Creo que él si estaba realmente interesado en mi. Pero por alguna razón… yo… no podía. No sé. No había “piel” o “química”. Me hablaba mucho. Todo el tiempo. Sobre el mundo y la revolución. Eso me interesaba. Pero en exceso se volvía aburrido. No me divertía. No sonreía con él. Lo dejé.
Estaba desmotivada en cuanto a las relaciones cuando apareció este otro hombre. Me gustó desde un principio. Bastante simple. Nada fuera de lo normal. Pero reunía todas esas características que me interesaba encontrar en alguien.  
Salimos un tiempo. Unos meses. En donde nos veíamos  tras largos plazos de ausencias. Yo me entusiasme. Soy consciente que con nada. Pero… ¿qué tenía de malo entusiasmarse después de todo?  Al fin y al cabo de eso se trata. Creer y… querer querer. Es decir, ¿por qué no entusiasmarse? ¿Por qué huirle al amor? Digo, no sé, hay que ser arriesgados, probar, pasarla bien… el problema está cuando la otra persona no entiende por “amor” lo mismo que uno. Digo, yo no quería nada de escenas de celos, regalos de San Valentín o comidas en familia. ¡Nada más lejos que eso! Vamos, ¡hombre!, existe un amor establecido como nos lo cuentan por televisión: obsesivo, matemático, egoísta e individualista. Donde las personas piensan solo en sí mismas... Pero si le escapas a una relación porque pensas que si o si tiene que ser así, es absurdo. No todas las personas son así. Y esto tiene que ver directamente con el lenguaje: En la sociedad hay códigos y pautas, qué decir, cómo, de qué manera... para que el otro no piense tal cosa, para que el otro no crea tal cosa, para que te vean así y asa… y las personas deberíamos supuestamente respetar esos parámetros, como dije antes, deberíamos ser cuidadosos con el lenguaje porque hay quienes pueden estar extremadamente sujetos al significado de las palabras y malinterpretarnos o simplemente hay quienes no compartan con uno el mismo significado frente a determinada palabra. Es decir que si yo le proponía a aquel hombre que nos amaramos, naturalmente iba a huir despavorido contaminado por los prejuicios de la sociedad que te vende una imagen de relación que no es. ¡Ese es el problema del maldito lenguaje y mi manía de decir lo que pienso! Y es que no todas las personas entendemos los conceptos de la misma manera, por lo cual, al decirlos, podemos obtener variadas respuestas.
Bien, no es más que eso lo que pasó con aquel hombre: desentendidos. Aunque en aquel entonces no tenía las cosas tan claras como ahora. Y él tampoco. Pero luego pensé que no siempre la supuesta falta de claridad es falta de claridad, es decir, justamente, esa indefinición a lo mejor habla de lo que hay, sólo indefinición.
Pasamos unos largos meses así. Hablando por msn y viéndonos de tanto en tanto. Mi entusiasmo crecía a la par con mis preguntas. La cosa explotó el día que luego de no vernos por quince días me dijo –por msn- que me quería. Quedé helada. Acto seguido le propuse vernos y él… simplemente… se hizo el boludo, digamos, salió de esa situación de una manera muy elegante hablando de otro tema. Es entonces cuando yo estallé y le exigí que me dijera qué le pasaba, qué quería, qué buscaba. Digo, en aquel momento me parecía matemático: si me quiere, tiene que querer verme… Pero claramente no era así. Y el atarnos a las palabras es ese gran error que nos condena al fracaso. ¿Por qué me até a lo que dijo y no a lo que cayó?.
Lo días que le siguieron a ese fueron de una larga reflexión y el comienzo del final. A partir de allí decidí dejar que las cosas fluyan y fue así como todo se fue cayendo en picada. El y yo percibíamos la inminencia del amor, pero el desfasaje estaba en la definición, uno entendía una cosa y otro, otra.  Creo yo que la definición de relación que tenía él,  tenía una connotación negativa, que es como entiende al amor la mayoría de la sociedad: el quebramiento del espíritu, la dominación de uno por sobre el otro, el conflicto de intereses sustentado en pretensiones egoístas, mezquinas, individualistas, y es por eso que alguien se asusta cuando le dicen “te amo”, porque entiende que es ESE amor que le impusieron, ese amor que no es bueno, que es represivo. Bien, naturalmente no era eso lo que yo quería para nosotros al proponerle amarnos. Pero no lo culpo por malinterpretarme. Drexler canta que uno sólo conserva lo que no amarra (y esto ya lo dije en una entrada anterior) y yo creo que tiene razón.
Ahora bien, más tarde entendí que el problema no era que las cosas carezcan de claridad sino más bien que era yo quien no quería ver las cosas claras. Estaba todo tan claro que no lo quise entender. Las cosas siempre son claras. ¡Uf! Qué estúpida había sido al exigirle claridad, coherencia, que me dijera con palabras qué quería, qué buscaba, ¿para qué? Las prácticas también son parte del discurso. Son discurso. ¡Ahí estaba! ¡Frente a mis ojos! Esa claridad que yo exigía estaba presente todo el tiempo, él la manifestaba todo el tiempo al no proponer que nos veamos, al no hablarme, etc. Lo que sucedía es que al ver esa claridad, no me gustaba, no me agradaba, y me refugiaba en exigirle que me dijera las cosas, que me las diera por escrito –muy astuto de mi parte, ya que él nunca iba a tener el coraje de decirme nada, entonces, frente al silencio, yo podría seguir sustentando la esperanza o sacar mis propias falsas conclusiones, inventar respuestas-.
Así de simples resultaron ser las cosas. Julián tiene razón, el lenguaje es tan limitado. Hay que saber leer lo que hace el otro.

martes, 21 de febrero de 2012

Y es que toda tu canción persistirá siempre, siempre, y hasta en el turbio río.*


Nunca tan escazas las palabras,
nunca tan golpeado el corazón,
nunca tan frágil el alma,
nunca tan opaco el Sol.
¿Es que acaso ya no brilla?
Pues entonces yo no encuentro la razón de seguir viviendo sin tu amor. 

Es un amor tan gigante que tu canción se escuchará por la inmensidad. *

Mi corazón te añorará. Te amo para siempre.

domingo, 12 de febrero de 2012

¡Colores!

¿Nunca pensaron de qué color son los días?
Con Gonza pensamos que, de tener que asignarle un color a los días, sin duda a los martes les corresponde el rojo. (Claramente los martes son rojos).
Los viernes son verdes y los jueves, amarillos. (Aunque Gonza le pone el amarillo al miércoles y al jueves el verde, dejando al viernes indefinido).
Los lunes son azules, o celeste algo oscuro.
A los miércoles yo les pondría el naranja y a los sábados y domingos tintes amarronados… (Gonza sugirió “mostaza”, podría ser…)
Qué raro es eso de pensar los días con colores. No sé bien por qué ocurre. También se puede hacer con los números, por ejemplo, el tres es amarillo, el uno, blanco y así…
Es extraño. Son esas cosas que hacemos todos los seres humanos pero que nunca se comentan, como no pisar las líneas de las baldosas cuando caminamos. ¿Cómo es que a todos se nos ocurre por separado, hacer eso? ¿Cómo es que Gonza y yo pensamos que los martes son rojos? ¿Por qué será? ¿Por la M? ¿O por la A? Con las letras también se puede jugar a asignarles colores, inclusive con las personas: Lena es Violeta, Julián es verde, Fede es azul.
Es lindo ver la vida en colores, ¿no?


lunes, 30 de enero de 2012

La buena madera.

* A mi hermana,
la buena madera.


El hacha golpea bien fuerte la buena madera.
                                                        La quiere romper.
                                     La quiere quebrar.
La buena madera cae al suelo,
(debilitada).
Y sus astillas vuelan por los aires
dejándose ver
                                           frágiles y vulnerables.
Entonces el hacha vuelve a golpear.
(Ahora más fuerte).
La buena madera pone la otra mejilla
                                            y sangra,
                                                               grita,
                                                                             llora.
Brota dolor de sus costados.
Pero aún sigue ahí.
Golpe tras golpe,
la buena madera,
conserva su belleza.
Las marcas se vuelven cicatrices hermosas.
La buena madera se arrastra por el suelo.
(No lo soporta más).
El hacha la mira desde arriba
y da su último golpe.
Fuerte.
Desgarrador.
La buena madera llora
y sus lágrimas hidratan su cuerpo.
Sanan.
La buena madera no tiene fuerzas,
(pero las tiene).
Hace un esfuerzo por sonreír
y las nubes de abren de par en par.
                              Hay sol.
                                                       Brilla.
                                     Encandila.
Pasito a pasito,
(bien despacito),
la buena madera
se pone de pie.
El hacha vuelve a golpear.
Pero la buena madera es buena
y es fuerte.
                                                     Persevera.
Quiere querer.
                                       Quiere vivir.
No se da por vencida.
El hacha vuelve a golpear,
una y otra vez.
La buena madera se ha vuelto ciega: No puede ver,
                                         sigue caminando.
Sola.
Da pelea.
La buena madera
Fortaleza de roble.
Fragilidad de cristal.
Porcelana.
Octava maravilla.
El hacha se siente ahora avergonzada,
necia,
sigue golpeando.
                                                 Solo lastima.
(No derrota).
Revienta de ira por no poder
contra la buena madera que renace una y otra vez.
Sigue siendo hermosa.
                                                Libre.
                                                                Fuerte.
                                                                                 Simple.
Caminando va,
la buena madera,
haciendo brillar a los cielos más altos
que enamorados
se rinden a sus pies.
Demasiado buena, la buena madera, para este mundo.