jueves, 5 de abril de 2012

Congreso.

Mientras la yema de tus dedos desmaquilla mis labios mojados, dibujando así una sonrisa imborrable, entiendo  -y esta vez con suma certeza- que nunca voy a lograr entender lo que ocurre en los suburbios recovecos de mi inconsciente. Parece –solo parece- que el tiempo no ha pasado. Pero esto no es más que un cruel engaño. Bien ha sabido pasar el infrenable tiempo intentado curar las heridas que ha dejado la huída de aquel amor. Una especie de vacío que parece –solo parece- llenarse con nuevos besos, largos, mojados, pegajosos. Besos en la boca, besos en los dientes, en la lengua, en la mejilla, en el cuello. Besos en los ojos, en la frente, en el pelo, en la mano, en los dedos, en el brazo. Besos extraños, adestiempo, besos que llegan tarde. Besos que se necesitan y nos encuentran en la más profunda soledad de la noche de Congreso. 




Este texto lo escribí hace ya algún tiempo algo lejano, cuando la primavera nos pisaba los pies. Aquel día luego de verte entre las lluviosas luces amarillas de Congreso. Hoy no entiendo de dónde proviene ni qué pasó por mi cabeza de aquel entonces. Aún así, me parece lindo para compartir.

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