Viva el verticalismo cuando árboles, fríos, que nacen
de la tierra marrón y crecen para arriba, intentando alcanzar el cielo azul y tocar las nubes, bañarse de
ellas y beber su agua.
Viva el verticalismo cuando montañas, majestuosas e
inmensas, que surgen de la tierra por un maravilloso accidente natural y se
elevan por las más extensas alturas, sin miedo, sin vértigo.
Viva el verticalismo cuando pirámides, que son
historia, cultura y memoria, el refugio y la religión de muchos.
Viva el verticalismo cuando edificios, construcciones
humanas, obras de arte arquitectónicas que sirven como hogar de muchos,
oficinas de otros, iglesias, museos, teatros y cines.
Pero que no viva el verticalismo del jefe, del
maestro, del funcionario. Ese no. Que no viva. Que no te pise con su inmenso
pie de gigante, ni te ahogue con su manota insensata. Sin piedad. Que no viva.
Que no viva por su abuso de poder, por su crueldad. Que no viva por ser juez,
que te señala con su dedo acusador. Que te persigue con su mirada acechadora.
Que no viva. Ese no. Porque como los árboles, todos tenemos un saber. Porque
como las montañas, todos somos fuertes. Porque como las pirámides, todos
tenemos memoria. Y porque como los edificios, todos podemos pisar firme. Que se
muera ese verticalismo, que no exista más. Que no te reprima ni se ría de vos. Que
no viva.
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