jueves, 21 de julio de 2011

Historias de colectivo: uno.


                                                       A Santiago G.

Siempre pensé en redactar mis historias de colectivo. Mi amigo Santiago dice que si yo hiciera un libro con ellas, él sería el primero en comprarlo. Es que me ocurren historias de todo tipo, anécdotas… algunas son de lo más graciosas, otras las recordamos en alguna reunión manteniéndolas así vivas. No sé por qué nunca comencé a escribir ese libro. Será que nunca consideré a las anécdotas tan dignas de ser contadas. Aunque según Santi, sí. Pues, digamos que, nunca las consideré dignas de ser redactadas en un espacio como este, pero sí de ser contadas, así, al pasar… Es que siempre pensé que era yo quien les daba un valor que, tal vez, no lo tienen. Sucede que soy muy observadora. Y en los colectivos de verdad suceden cosas muy geniales. Uno sólo debe ir atento… esperando la anécdota. Hasta la menor nimiedad me ha parecido de lo más genial, pero como siempre viajo sola… me divierto con eso en mi cabeza, sin poder compartirlo y con el tiempo van perdiendo peso… como si los demás no pudieran ver la genialidad de algo tan simple como una situación en la normalidad de un viaje en  colectivo.
En fin, lo que me lleva hoy a estar sentada frente a esta computadora escribiendo este texto, es que me ha sucedido una historia que merece ser contada. Que me dio ganas de escribir, y, probablemente, sea el empujón para redactar todas las demás. Uno nunca sabe. Procedo, entonces, a compartirles mi vivencia:
El 37 venía casi vacío cuando él subió. Yo estaba sentada en los asientos del fondo, del lado del pasillo. Cuando me subí había elegido ese lugar porque, la señora que estaba sentada, iba en el lugar que está al lado del pasillo, dejando el de la ventana libre (odio cuando hacen eso) y yo me había acercado pidiéndole permiso, con el fin de que se corra y me deje sentar junto a la ventanilla. Pero la mujer se cambió de asiento, dejándome libre el lugar junto al pasillo. Eso me molestó primeramente, pero sería necesario para lo que vendría después. Entonces, pues, yo iba sentada atrás con los auriculares puestos. Cantando a mediavoz. Siempre lo hago. Y me doy cuenta de ello, pero… ¿por qué no hacerlo? Los rostros de las personas que viajan en el 37 a veces son tan tristes, que intento aliviar así el dolor.
El cruel frío de la ciudad se me metía en los pulmones cuando en Av. Santa fé (o por ahí) se subió. Con él subieron otros dos señores. Uno se parecía mucho a Ricardo Fort y me llamó la atención. Me causó mucha gracia, porque enseguida pensé en Santi, a quien había despedido unos minutos antes. El fue el tercero en subir. Lo vi desde un principio. Poniendo las monedas, caminando hacia su lugar… era precioso. Me duele no poder recordar ahora su rostro con nitidez. ¡Es tan difícil retener las cosas con la luz violeta del 37! Además, nunca me permití mirarlo bien de cerca. Sé que tenía barba y usaba una de esas camperas rayadas, de ¿lana? de colores, medio hippie. Abajo tenía una camisa cuadrille, jean y zapatillas vans. Tenía, además, un aro en su oreja izquierda. Eso si lo recuerdo. Se sentó al lado mío pero en la otra fila, nos separaba el pasillo. El no se sentó cómodamente, tenía esa actitud de “en cualquier momento me bajo”. Lo miré sin disimulo apenas se acomodó y él me devolvió la mirada. Entonces torcí la cara y fingí mirar por la ventana, sin dejar de cantar “Más guapa que cualquiera”. Sabía que él me estaba mirando. Se siente en el aire. La energía. La atracción. Yo lo percibía y creo que él también. De tanto en tanto lo miraba de reojo y él hacía lo mismo. El colectivo comenzó a llenarse. Temí que una persona se parara en el pasillo entre nosotros dos, impidiendo que nos viéramos. Yo no podía dejar de pensar. Siempre me pasa eso. Comencé a imaginar la continuación de esta historia y en seguida pensé en cómo comenzaría este texto que, en cuanto llegara a casa, comenzaría a escribir. Imaginé entonces que él se sentaba adelante mío y comenzaba a hablarme. De nada en particular. Sólo a hablarme. Luego volví en mí. A veces temo estar pensando las cosas demasiado fuerte y que los demás me escuchen. Volví a concentrarme en el viaje, y para aliviar la tensión, decidí sacar el libro de Cortázar que tenía en mi bolso. Él observó toda la secuencia. Lo sé. Sé que seguramente le gustó que yo leyera Cortázar. Comencé por una oración, no podía concentrarme. Releía, una y otra vez, el mismo renglón. Pensé que pese a no poder leer, por lo menos, fingiría hacerlo. Algo así como una supuesta jugada de seducción (¡¿qué?!). Pero enseguida descarté la teoría. Eso era absurdo. Mantener mi vista en el libro que no leía no me permitía mirarlo a él, a menos que de tanto en tanto levantase la vista para pispear, pero eso sería muy alevoso. ¿Importaba, acaso? Él sabía que yo me sentía atraída por él, y yo tenía casi la certeza que a él le pasaba lo mismo. Se sonrojaba y sonreía. Por momentos tuve la sensación de que me quería decir algo. Como cuando uno tiene la iniciativa y esa energía se nota en todo el cuerpo, sin poder controlarla. Fue entonces cuando alzó la vista a la ventana y se dio cuenta de que debía bajar. Lo noté. Entonces me miró y se acercó a mí, haciéndome un gesto casi irreproducible pero que me dio la pauta de que me quería decir algo. Me saqué los auriculares y le dije:- ¿Qué?. El, mirándome a los ojos, me dijo:- Cantas muy lindo. Y se fue entre la gente. Yo, boquiabierta, solo atiné a decirle:- ¡¡Gracias!!. Me quedé mirándole la espalda, cómo se desvanecía entre el colectivo lleno de gente. Creo que estábamos en Congreso. No podía evitar sonreír. Una mujer que estaba parada al lado mío me dijo:- ¿te re descolocó lo que te dijo, no?. Y yo la miré por unos segundos, sin cerrar la boca, sin poder salirme de la expresión que me inundaba la cara. Entonces le dije:- Sí, es que… son… segundos… viste?... qué cosa, no?. Ella asintió con la cabeza y sonrió. Yo no pude volver a leer Cortázar.

2 comentarios:

  1. lo lei ayer a la noche, y cada vez me iba a entusiasmando mas, porque se iban dando cada vez mas las cosas para que tenga un final feliz. cuando pusiste que bajo fue como un NOOOOOOOOO (!) pero bueno, hay que juntarse el proximo dia del amigo a la misma hora en el mismo lugar, para reproducir la circunstancia a la perfeccion. seria magico (?)

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  2. Jaja qué divino. Yo creo que nos volveremos a ver si el destino así lo quiere (?)

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