domingo, 1 de mayo de 2011

Domingos.

En cuanto vio la hoja en blanco, sus ojos se le llenaron de lágrimas. Como si su cuerpo quisiera transmitir más que su cabeza. Como si esas lágrimas se pudiesen volcar en esa hoja y así estuviera todo dicho.  Ahora buscaba las palabras, y no sabía por dónde empezar. Luego pensó que no había un comienzo, tal vez por eso le costaba tanto. Se sintió cansada. Los párpados le pesaban y estaba un tanto resfriada. Sentía esa sensación de cuando ya te sonaste muchas veces la nariz y entonces te arde con solo respirar. Llevaba puesta una ropa extremadamente cómoda aunque sentía algo de frío. Estornudó y volvió en sí. Spinetta cantaba “la bengala perdida” y ella lloraba, inevitablemente y casi sin percibirlo. El ambiente la invitaba a un buen café con leche. La luz era tenue. Olía a sahumerio. Uno fuerte. Casi que no había viento. Solo “ondas en el aire” y ella ahí, en el medio de tanta melancolía desparramada. Ella y sus pensamientos que le retorcían la cabeza una y otra vez. Como sombras que venían y se alejaban. Tirada en la cama de un domingo desgarrador pensó que si sonaba “Alma de diamante” no podría más con su vida. Entonces se quebró, definitivamente.

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