domingo, 1 de mayo de 2011

Realismo mágico.

En ese momento, un hombre super super alto entró al salón. Su cuerpo entero no pasaba por debajo de la puerta. No golpeó (¡qué maleducado!) y todos lo miramos sorprendidos. Tenía un aspecto desalineado. Llevaba una camisa a cuadros y un pantalón manchado con lavandina me parece. Porque yo también me manché con lavandina una vez. Y mi mamá me retó mucho, porque esas manchas no salen, dice ella.   Me imaginé que a su pelo lo había agarrado el Demonio de Tasmania antes de venir, porque el pobre estaba muuy despeinado! Pero a pesar de su aspecto sucio y desarreglado, de dudosa higiene, a penas entró al salón, el ambiente se inundó de un fuerte aroma que me costó descifrar a qué olía, pero que, sin duda, nos encandiló a todos. Noté que Lucila le decía algo en el oído a Julia. Mi mamá me enseñó que los secretos en reunión son de mala educación. Odio cuando hacen eso. No sé qué fue lo que le dijo, pero se notó que Julia había querido reirse y se tuvo que tragar la carcajada en el inmenso silencio en el que todos estabamos sumergidos. El hombre permanecía ahí parado, sin decir una palabra. 
Cuando el perfume llegó a la nariz de Lorenzo, recién ahí soltó la lapicera y levantó la mirada. 
Todos permanecimos quietos, mirando fijamente. Cecilia escribía algo en su agenda rosa. Ah! cómo me gustaba esa agenda! Tenía dibujos y brillos por todos lados. Pero mi mamá nunca me la quiso comprar. En fin, ella escribía sin importarle demasiado la situación. Entonces el hombre habló. Su voz no era como yo me imaginaba. No entendí qué fue lo que dijo. Me pareció que tal vez hablaba en otro idioma, pero la maestra parecía entenderlo. Capaz porque era cosa de grandes, como dice siempre mi mamá. El hombre hizo un gesto con la mano indicándonos que esperemos un minuto. Abrió la puerta y me miró fijamente, sonrió y salió al pasillo. Volvió a entrar con las manos escondidas en los bolsillos y lanzó una carcajada. Sacó una pistola y le apuntó a Cecilia, todos nos dimos vuelta a mirarla, ella continuaba escribiendo sin darse cuenta. Lo miré, el me guiñó el ojo y le disparó un rayo lacer que le tiñó el pelo color verde. Todos echamos a reir, ella gritaba, Lorena y Elsa intentaban no reirse. El hombre me miró alegre y salió por la ventana.




(Texto que escribí en alguna hora escolar, evaluando la posibilidad de que eso suceda, hace ya varios años)

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